Adolfo Suárez se va, y tenemos algo que decir porque seguramente se puede aportar algo distinto sobre esta figura histórica más allá de los tópicos al uso. Por ejemplo estos dos que se sitúan en ambos extremos de la valoración de su figura:

  1. Fue el gran artífice de la Transición política española a la Democracia. El padre de la historia más exitosa de la historia moderna de España.
  2. Fue un traidor al franquismo, incluso un traidor a la causa falangista. Un oportunista empedernido con hambre de poder.

Y, en cambio, hasta de un personaje tan manoseado en uno y en otro sentido se pueden aportar visiones diferentes, enfoques enriquecedores y menos trillados.

Por ejemplo, se puede analizar la figura del expresidente del gobierno desde una perspectiva joseantoniana. De todos es conocido que Adolfo Suárez perteneció al llamado “sector azul” del régimen franquista y rastreando en las hemerotecas no es difícil encontrar declaraciones siempre elogiosas de Suárez hacia el fundador de Falange. Declaraciones como: “Yo ante todo me considero un hombre de José Antonio”.

Adolfo Suárez

Se podrá objetar que eran afirmaciones propias de una época en las  que decir cosas de ese estilo podría dar un cierto pedigrí, pero no es cierto. A la altura en la que Adolfo Suárez entro en  política el componente falangista del régimen anterior comenzaba ya  a ser más bien molesto y modesto. Desde luego las “ostentaciones azules” ya comenzaban estar de más para los que quisieran labrarse una carrera política.

Con esto no quiero decir ni mucho menos que Adolfo Suárez fuera alguna vez un nacionalsindicalista de tomo y lomo. Evidentemente no. Nunca tuvo entre sus objetivos políticos ni el logro de una justicia social anticapitalista, ni la consecución de un modelo de representación que fuera más allá de la partidocracía, ni siquiera llegar a una unidad nacional en base a esos valores.

Pero sí que es cierto que Suárez fue un hombre profundamente influenciado por lo que se podría llamar “el espíritu joseantoniano” que tanto marcó a la generación a la que él perteneció, y lo vemos en dos aspectos fundamentales de su política: el afán de lograr un camino para la reconciliación entre las dos Españas, y la visión clara de que para conseguir esa reconciliación había que aceptar las razones del “lado perdedor”, es decir, las relativas a la justicia social.

A  partir de ahí se puede juzgar su legado como se quiera. Los errores de la Transición fueron también de calado y algo tuvo que ver en ellos el primer presidente de la Democracia, pero no debería salir de un ámbito auténticamente falangista una palabra de desprecio hacia el hombre que nos deja y que nunca dejó de ser  a su manera “joseantoniano”.

Descanse en Paz el presidente Suárez,

Litio