Por Carlos M. Calamendi

 

Con el amanecer por testigo, se unió para siempre en bodas de sangre José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, a la Tierra de España a la que tanto amó. No faltaron en la celebración de tan sonado enlace quienes, colándose sin invitación, y alegando venir en nombre del uno o del de la otra, hicieron del acto su fiesta particular a costa de los demás. Su entrañable embriaguez floreció en discursos y vítores, nombres de calles, placas, y estatuas.

Pero su embriaguez dio paso a su resaca, al abandono y la ruina cebándose en la piedra, la ruptura desde la reforma, el desmantelamiento paulatino, las pintadas y destrozos, la “memoria histórica” y la damnatio memoriae.

Se lo han llevado todo, pero ¡No importa!

Que no nos entristezca ver como retiran los restos del banquete. Lamentémonos por el valor artístico de la obra concreta que destruyan intentando destruirnos, pero no suframos por el símbolo, pues el símbolo es un cascarón vacío, cuando ese sistema que lo ensalzó es el mismo sistema que persiguió a tantos de nuestros camaradas.

La obra que (otros) se afanan en destruir no se encuentra, como creen, en la piedra tallada por los escultores. Seguirán derribando mientras quede una piedra en pie, pero la verdadera obra no caerá, sino que permanecerá en nosotros.

Porque ya limpiaron los restos del banquete, pero ni unos ni otros han podido con el más importante testimonio de esa unión: que somos nosotros, sus hijos. Que en este día nos sentimos tristes, perdidos y abandonados, porque no encontramos a José Antonio ni encontramos a España.

Sin embargo, como padres amorosos, aguardan a sus hijos:

José Antonio no está bajo una losa de mármol en el valle de los caídos, sino que te espera en sus obras. En ellas te hablará de otro mundo que es posible, te dirá que no estás solo, te dará ánimos, cada vez que sufras una derrota en la lucha por tus derechos y los de tus hermanos. Estará a tu lado, siendo la férrea voz de mando, cada vez que la comodidad te incite a no ayudar al que lo necesita, y estará entre nosotros mientras luchemos por que sus palabras no mueran.

España no está en una bandera, ni en las notas de un himno, ni en los límites de la geografía. Tampoco en ningún imaginado conjunto de rasgos raciales, ni en las glorias pasadas de la historia. Y ni mucho menos es, ni puede ser, vil monopolio de ninguna posición política.

España es la madre, que dolida de ver a sus hijos matarse entre sí, nos llama a dejar a un lado nuestras diferencias. Es el afán por superar unidos todos los obstáculos. La urgencia de acabar con los excesos de una clase política que nos enfrenta, nos humilla y nos roba.

En pro de construir un mejor futuro en el que quepamos todos.

Combatiendo la división, la injusticia y el odio; José Antonio, estará con nosotros.

Trabajando por la unidad, encontraremos a España.

 


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