Justo Rodríguez Peral

No hay institución que en los últimos años haya sufrido tanto como nuestro Ejército.

Ha enterrado a sus muertos en silencio y con la resignación del deber cumplido y del honor debido; esos caídos, que hoy lo son en accidente de aviación en Turquía, ayer lo fueron en toda España bajo las balas y las bombas del terrorismo separatista.

Ha soportado hasta la extenuación las vejaciones de los políticos de turno, aunque siempre los soldados del Ejército Español han servido de taparrabos del Sistema aunque ello supusiera estar a miles de kilómetros de distancia cumpliendo misiones propias de una ONG o como lacayos del "supremo orden mundial".

Ha aceptado, hasta con sumisión artera, las decisiones de un Gobierno cobarde y acomplejado para evitar desfiles y demostraciones militares donde se podían herir las susceptibilidades del nacionalismo separatista.

Ha tenido que ver que hasta la vigilancia de la Academia de la que han de salir los futuros mandos militares sea encomendada a guardas jurados de empresas privadas.

Ha visto reducida su operatividad hasta niveles ridículos, con continuos recortes presupuestarios y con prestaciones inconcebibles para una nación de la entidad histórica de España.

Y hasta el Servicio Militar ha servido de moneda de cambio política para tener el pasaporte de verdadero "progre", siendo que el llamado "ejército profesional" no puede hacerse de la nada y con la nada, sino con dinero y con ideales.

Echar un vistazo a las campañas publicitarias de reclutamiento es partirse de risa; resulta que ir en un navío de la Armada española es una forma de llamamiento a surfistas perdidos ("¿te gustan las olas?" dice el cartelito de marras); resulta que formar parte del Ejército que creó Imperio y dio muestras de honor y valor en la victoria y en la derrota es que "además puedes buscar una salida profesional" y sale un soldado pinchando cables y no sé qué. ¿Y Dónde carajo (dirían en nuestra América Hispana) hay lugar para la Patria?.

Y el Ejército, nuestro Ejército, o sea, nosotros mismos, soporta estoicamente la lluvia de la falsa progresía que nunca se ve que escampe.

Y el Ejército, nuestro Ejército, o sea , nosotros mismos, aguanta que del dispendio del dinero público acaso si llegan unas migajas para repintar por enésima vez el carro de combate que heredamos de los americanos de Vietnam o que alquilamos a los alemanes por un coste módico.

Y el Ejército, nuestro Ejército, o sea nosotros mismos, embarca a sesenta y dos de sus mejores hombres en un avión subarrendado a terceras compañías porque sale más barato y así queda algo para destinarlo a "otras partidas",y porque se les niega el avión militar que un Gobierno claudicante envió a toda prisa para recoger los restos de otros dos españoles, éstos periodistas, muertos en una guerra lejana en un país lejano para acallar el clamor "social" y ganar así algo de imagen.

Y el Ejército, nuestro Ejército, o sea, nosotros mismos, el Ejército de España, o sea, los españoles, entierra a sus soldados, bajo un sol de justicia que evapora lágrimas de llanto y que aguanta, por honor y lealtad a su Patria, hasta la próxima humillación. Pero el Ejército, nuestro Ejército, o sea, nosotros mismos, sabe, en lo más profundo de su pecho, que al final, a la Civilización, siempre la salva un pelotón de soldados.

"Pues vivir, Lucilio, es milicia. Y así los que se mueven y suben y bajan por los lugares ásperos y van a los ataques más peligrosos, son hombres valientes y los mejores del Ejército. Los que están ocupados en una podrida quietud, mientras trabajan los demás, son gallinas, objeto de público desprecio".
Séneca

¡Arriba la Hispanidad! ¡Arriba el hombre! ¡Viva España!