Ahora todos tratan de aparecer como fieles seguidores de la obra poética de Antonio Machado, el “poeta de la ceniza” como decía de él García Lorca, por la enorme cantidad de cigarrillos que consumía. El poeta que avisaba de su muerte en aquellos versos inolvidables que reflejan exactamente su sentimiento ante la vida y la muerte, en la situación por la que atravesaba su España. Una patria que él quería dialogante, libre y avanzada, de la que le costaría salir ante el triunfo irreversible de quienes lo consideraban, en aquellos años, un referente contrario y enemigo, y cruzar la frontera hasta Colliure, Francia, para terminar allí sus días pobre, enfermo y exiliado.

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El patrimonio cultural es frágil y sensible a ataques. Si bien en ocasiones se debe a posibles faltas de conocimiento, también frecuentemente se produce de forma deliberada por actuaciones negligentes o, incluso, por desidia de las administraciones públicas que deberían asumir su defensa.

Es por ello que los falangistas democráticos y sociales hemos constituido un grupo de defensa del patrimonio histórico-arqueológico y cultural.

Nuestro compromiso no sólo incluye velar por la correcta gestión, conservación y actuación sobre estos bienes, sino también la labor de concienciar a la población de la importancia del patrimonio histórico y el fomento de la educación desde edades tempranas, clave para preservar los monumentos, de manera que sea la propia Sociedad española la que, no sólo no los destruya, sino que actúe de guardiana y defensora de ese acervo, que a su vez es de vital importancia para las localidades y comarcas donde está enclavado, porque se convierte en un importante recurso, no sólo para conservar y fomentar nuestras tradiciones, sino también de atracción turística y desarrollo económico para muchas zonas de España.

En estos días navideños, nuestro camarada Eduardo López Pascual presentará en sendos actos literarios, primero en la Capital murciana y después en la ciudad de Alicante, su última novela que con el título “La Tristeza del falangista”, quiere reflejar una amarga realidad como es el perverso trato que los falangistas vienen sufriendo por parte de los sectores influyentes de la sociedad española, de sus medios de comunicación y de sus centros de opinión y decisión, que hace prácticamente muy difícil la normal desenvoltura política de cuantos se sienten y consideran afectos a las tesis nacionalsindicalistas, a las ideas de José Antonio Primo de Rivera, o sea a los falangistas.

Eduardo López Pascual, durante una firma de libros

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No se ha destacado suficientemente la enorme influencia de la nueva Sociología del Derecho, especialmente la del Sindicalismo solidarista de Durkheim y, sobre todo, de Léon Duguit, en la formación del pensamiento del fundador de la Falange. Salvando la pretensión antimetafísica del pensador francés, que pone en riesgo de ser malinterpretada su negación de los derechos subjetivos, y en contraste con la fundamentación teológica que el líder falangista hace de la libertad y la dignidad de la persona humana, el paralelismo entre las propuestas de uno y otro son evidentes, tal y como pretendo exponer a continuación.

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Publicado en el El Mundo | ÁNGEL VIVAS

"Franco empezó la Guerra Civil como general de división y acabó como capitán general, generalísimo, jefe del Estado, presidente del gobierno y jefe del partido único, cinco puntos más que la Santísima Trinidad", dijo en una ocasión el militar e historiador Gabriel Cardona. En esa (¿resistible?) ascensión hubo un momento especialmente importante, cuando -abril de 1937- se autodesignó precisamente jefe del partido único, FET de las JONS, que creó tras someter y unificar a falangistas y carlistas. Fue "el gran golpe", según lo llama el historiador Joan Maria Thomàs, que acaba de publicar el libro El gran golpe. El 'caso Hedilla' o cómo Franco se quedó con Falange (Debate), donde el verbo quedarse tiene una divertida ambivalencia.

Franco se quedó con la Falange (y con los carlistas, que aportaron la T de Tradicionalista al nuevo partido) y la Falange se quedó sin su jefe nacional, Manuel Hedilla, sustituto de un José Antonio fusilado el anterior 20-N, pero que para sus seguidores era como el gato de Schrödinger, no estaba claro si estaba vivo o muerto, de ahí lo de "El Ausente". En el caso Hedilla coincidieron la pugna por eludir aquella unificación por arriba, en la que ya se veía que Franco se iba a quedar con todo, y la de los falangistas, divididos entre sí, que llegaron a enfrentarse a tiros y bombazos, muriendo dos de ellos.

Hedilla acabó en la cárcel y condenado a muerte (cumpliría unos años de prisión y otros de destierro), y quedaría, años más tarde, como líder y referente de una supuesta Falange Auténtica, disidente del franquismo y más obrera. La paradoja, y ésa es una tesis central del libro de Thomàs, es que "Hedilla trabajó bastante para conseguir una unificación favorable a la Falange, como así fue, y años después aparece como líder de una Falange que rechaza esa unificación", dice el autor.

Entre unos y otros

"Hedilla, que tuvo conversaciones con el entorno de Franco, y seguramente con el propio Franco, mostró buena disposición ante la unificación, fue bastante político; y esa cercanía con Franco le ganó la animadversión del otro grupo de falangistas, los cercanos familiar o profesionalmente a José Antonio, aunque éstos muy pronto pactaron y aceptaron cargos en el nuevo partido FET de las JONS", dice Thomàs, apuntando a lo que señalaba un viejo chiste, que Pilar Primo de Rivera, mujer ahorradora, se había hecho un sostén con la camisa de su hermano.

Porque los que no querían la unificación acabaron dentro y beneficiándose, y el que la quería y trabajó por ella (Hedilla), se quedó fuera y represaliado. "El gran error de Hedilla fue aceptar las presiones de ese grupo, los que más tarde se llamarían a sí mismos legitimistas. Podría haber trabajado a favor de la Falange dentro del nuevo partido", añade Thomàs. Pero en los enfrentamientos entre Hedilla y los suyos y el grupo de Pilar Primo de Rivera, Sancho Dávila, Agustín Aznar, Rafael Garcerán, había también algo de componente de clase.

Los segundos eran más señoritos (aunque José Antonio hubiera dicho, o eso se le atribuye, que el señorito es la degeneración del señor) y Hedilla era otra cosa. "No era propiamente obrero", explica Joan Maria Thomàs, "pero tampoco un intelectual, era simplemente un jefe provincial (sin provincia, porque Santander estaba todavía en poder de la República), austero, honesto, con buenas relaciones con los militares, y cuyo discurso obrerista es el de la Falange, que se tiene a sí misma por revolucionaria y no conservadora".

En cuanto a Franco, dice Thomàs, "quiso crearse una masa adicta, para lo cual necesitaba al partido único; al final de su régimen, los más fieles a él son los falangistas". "Franco llegó para quedarse, no quiso ser un Miguel Primo de Rivera, y una de las patas de su poder fue el partido único", aquella Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, que creó por decretazo en abril del 37 mientras algunos falangistas se liaban a tiros entre ellos.

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