Como sucede después de cada cita con las urnas, los representantes de los partidos mayoritarios nos han obsequiado con su habitual repertorio de lecturas interesadas: una vez más, todos los políticos aseguran haber ganado.

El líder de Izquierda Unida ya nos había mostrado un singular entusiasmo cuando, con cada pérdida progresiva de escaños, se atribuía un correlativo éxito electoral. Ahora ha proclamado que no admite que nadie gestione el voto negativo excepto la coalición a la que representa. Pero quienes hemos manifestado nuestro rechazo al modelo político y económico neoliberal que el tratado consagra constituimos un espectro social amplio y plural, donde sólo unos pocos reconocerían el liderazgo de Llamazares. Y desde luego nosotros no estamos entre ellos.

El presidente del Partido Popular apostaba a todos los caballos y así no hay riesgo posible de perder. Gana su apuesta, porque ha sido mayoritario el sí entre los votantes y ésa es la opción que formalmente había postulado. Gana también porque la abstención tan elevada permite a Rajoy criticar al Gobierno, a su precipitación en la convocatoria y a su mala campaña. Y –como no- insinúa que si él hubiera organizado la consulta hubieran salido mejor las cosas. Un planteamiento que –aun teniendo parte de razón, en cuanto a las críticas a la actuación del ejecutivo Zapatero- peca de un simplismo partidista y elude analizar con rigor las complejas causas reales de tan escaso porcentaje de participación.

Entretanto, el Gobierno del PSOE se felicitaba por lo que ha considerado un "triunfo aplastante del voto afirmativo. Uno de sus ministros proclamaba sin rubor la falsedad de que "cuatro de cada cinco españoles había dado su respaldo al texto. Enrique de Aguinaga, maestro de periodistas, nos recordaba ese mismo día la sencilla verdad, objetiva e incontestable: que sólo 133 de cada cinco españoles han respaldado el tratado. Si aplicamos el porcentaje sobre el censo de votantes, 155 de cada cinco españoles con derecho a voto ha aprobado el tratado.

Como sucedió tras las elecciones europeas, ninguno de los líderes políticos de los macropartidos apunta la más remota autocrítica o sugiere la necesidad del más mínimo análisis. No les preocupa que más de la mitad de los electores decidiera no acudir a votar, cuando en un sistema democrático eso debería ser un motivo inequívoco de alarma. La burocracia europea, que vertebra su sistema de espaldas a los ciudadanos, no se da por aludida cuando los propios ciudadanos le vuelven la espalda.

Desde Falange Auténtica creemos que sería imprescindible una reflexión política y popular sobre el proceso de construcción de la U.E., que intente comprender y finalmente atajar esta actitud de los ciudadanos, tanto en lo que tenga de apatía y falta de motivación, como en lo que tenga de actitud de rechazo consciente a un proceso despótico y alejado de una verdadera participación popular.

Mientras tanto, como no podía ser de otra forma dentro de nuestro respeto a la legalidad vigente, acatamos este nuevo marco que define la Constitución europea, aprobada en nuestro país por la mayoría de los votantes que sí acudieron a las urnas. Pero, como tampoco podía ser de otra forma para una opción política alternativa, lo aceptamos manteniendo intacta nuestra legítima aspiración a una Europa más democrática y con mayor contenido social.