Tras escenificar en el debate del Congreso de los Diputados esa imagen –tan grata a Ibarretxe- de pretendido enfrentamiento entre las supuestas aspiraciones del pueblo vasco y la supuesta incomprensión del Gobierno español, el lehendakari vasco convocó elecciones autonómicas, con el objetivo de rentabilizar ese victimismo. Hoy, el laberinto político vasco no sólo no se ha despejado tras esta votación, sino que nos encontramos ante un escenario, si cabe, más complejo.

 

En cuanto a resultados de los distintos partidos, es obvio que la convocatoria electoral, de tintes plebiscitarios, no le ha salido como pretendía a la coalición PNV-EA, que aspiraba a crecer e incluso a obtener mayoría absoluta y ha sufrido un retroceso.

Mucho nos tememos, sin embargo, que este descenso electoral no suponga, necesariamente, el certificado de defunción del Plan Ibarretxe, como Patxi López y otros sectores se han apresurado a proclamar, confundiendo los deseos -que obviamente compartimos- con la realidad. Esta conclusión nos resulta tan inconsistente como esa -¿fingida o ingenua?- "sorpresa" con la que ciertos portavoces políticos y medios de comunicación acogieron hace meses el más que previsible apoyo de Sozialista Abertzaleak en la votación parlamentaria del Plan. Si PNV-EA ya aprobó en su día su texto soberanista con los votos batasunos, no sabemos por qué algunos piensan que ahora no lo haría recurriendo al respaldo del Partido Comunista de las Tierras Vascas, la nueva formación que les sustituye. Los abertzales -los autoproclamados patriotas vascos- son una familia política que, a pesar de sus diferentes roles (ya saben, lo del árbol y las nueces que gráficamente explicó Arzallus), y a pesar de sus discrepancias y de sus luchas por los papeles protagonistas, tienen un núcleo de objetivos comunes que, desde el acuerdo de Lizarra, les ha llevado a unirse invariablemente en los momentos decisivos.

El PSE-EE sí crece electoralmente de forma importante, pero parece que esa subida se debe, más que a la nueva estrategia de esta formación política, a una constante perfectamente comprobable: hay un porcentaje amplio del llamado "voto constitucionalista que históricamente tiene como destinatario a quien gobierna la nación en cada momento. El crecimiento del Partido Socialista, por tanto, no ha sido a costa, como pretendían con su actual discurso, del nacionalismo –arrebatándole votos moderados- sino, fundamentalmente a costa del Partido Popular.

 

María San Gil -una persona de quien nos separan abismos ideológicos, pero a la que, como a no pocos políticos no nacionalistas en el País Vasco, hay que reconocerle una dosis de coraje cívico y de arriesgada defensa de las libertades- ha hecho una campaña valiente y digna, y ha mantenido, a pesar de ese trasvase de votos al que nos referíamos, un nivel de apoyo que en su partido parecen considerar aceptable. De hecho, entre las dos fuerzas políticas de ámbito nacional superan los escaños obtenidos por el tripartito que ha venido gobernando los últimos años.

 

EB mantiene los mismos escaños con que ya contaba, pero ha perdido el papel clave que tuvo en la anterior convocatoria y, aunque previsiblemente esta curiosa izquierda del inefable Madrazo volverá a entrar en gobierno o cuando menos apoyar a la derecha nacionalista, no es ahora una fuerza decisiva en la conformación de mayorías.

 

El aspecto, sin duda, más lamentable de estas elecciones es la dejación de responsabilidades en la que el Gobierno ha incurrido –no sabemos con certeza si por cálculo electoral o por qué extraños intereses- al permitir que Batasuna, ilegalizada por los tribunales por constituir una parte del entramado terrorista, pudiera protagonizar un claro fraude de ley y concurrir a los comicios con otras siglas. El Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo impulsado por los dos principales partidos nacionales (al que se adhirió expresamente Falange Auténtica en su momento) sirvió para impulsar una política integral contra los violentos que incluía también este frente. La ilegalización del brazo político de ETA suponía no permitir que los delincuentes utilizaran una tapadera legal para ejercer su papel en las instituciones a favor de la banda terrorista, y no permitir que los poderes públicos tuvieran que financiar indirectamente la actividad criminal o su propaganda. La entrada del EHAK en el parlamento -además como árbitro de la situación- supone un claro retroceso, tira por la borda una medida acertada, un trabajo bien hecho, y cede un terreno ganado en la lucha antiterrorista. Que ETA vuelva a tener voz en el parlamento es una grave responsabilidad del actual ejecutivo, de imprevisibles consecuencias.

 

Y hay que insistir siempre en que no se trataba de excluir a una opción política legítima. Basta recordar que Aralar –que entra por vez primera en el parlamento vasco con un escaño- es un partido político de la izquierda nacionalista, pero que condena la violencia, que no colabora con ETA y que, en consecuencia, no ha encontrado más trabas para presentarse a las elecciones que las ocasionadas precisamente por los proetarras que atacaban sus sedes y les amenzaban por "traidores.

 

Por lo demás, más allá del comentario a este panorama de siglas y de distribución de fuerzas, debemos remitirnos a los análisis de mayor calado que, en nuestros editoriales anteriores, hemos venido haciendo, vertebrando una reflexión alternativa sobre el País Vasco, a cuya lectura invitamos una vez más.

 

Y, finalmente, tenemos que recordar el que ha constituido eje de nuestro mensaje en esta convocatoria. Muchos líderes manifestaron anoche que las elecciones se habían celebrado con "normalidad, y ello porque determinadas patologías sociales se han convertido por desgracia en parte del paisaje cotidiano en la comunidad autónoma vasca. Pero eso no puede considerarse nunca "normalidad.

 

No, estas elecciones no se han celebrado con normalidad. Se han celebrado en una situación en la que todos los candidatos no nacionalistas pasan a estar, automáticamente y por el mero hecho de serlo, amenazados de extorsión, de ataques a sus viviendas y negocios, de acoso a su familia, de muerte... Se han celebrado con graves presiones y con un cerco hostil hacia quienes no comparten los planteamientos nacionalistas. Con centenares de candidatos e incluso votantes protegidos por escoltas. Con radicales amenazando e insultando impunemente en cada mitin o en el momento de la votación, a quienes se significan por no pensar como ellos. Trayendo interventores de fuera de la comunidad, porque aceptar la representación de un partido no nacionalista en una mesa electoral es un grave peligro personal. Con irregularidades, como admitir de facto en numerosas mesas como documento de identificación de los votantes una tarjeta no oficial y sin ninguna garantía (el mal llamado "DNI vasco), vulnerando la legislación vigente y el mandato de la Junta Electoral. Con una campaña electoral cuya realización implica directamente riesgo físico (como han podido comprobar, por ejemplo, los miembros de Unificación Comunista de España, agredidos repetidamente, y con quienes nos solidarizamos). Con miedo evidente en la población. Con silencio ciudadano. No, no podemos acostumbrarnos ni mucho menos aceptar que eso sea considerado "normalidad. Seguimos apostando por la convivencia en paz y en libertad en el País Vasco.