FA, en solitario y de manera contundente, planteó en su día una campaña frente a la guerra de invasión contra Iraq. Entonces expresamos nuestra oposición a que se invadiera esa nación de la manera brutal en que se hizo, y sin haber aportado los países agresores ninguna prueba concluyente de que el derrocado régimen iraquí estuviera detrás de los criminales ataques contra los Estados Unidos del 11-S, ni que tuviera un arsenal de armas de destrucción masiva capaz de poner en peligro la paz mundial, ni la de Oriente Medio.

Las principales naciones anglosajonas, Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, decidieron el ataque a Iraq sin contar con las Naciones Unidas y obviando cualquier mínimo respeto al Derecho Internacional. Y España, guiada por el anterior gobierno, decidió apoyar de forma clara a esta coalición aportando primero apoyo logístico y político en la 1ª fase de la guerra, y tropas una vez concluida formalmente aquella con el derrocamiento del dictador iraquí y su régimen.

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Que nadie tenga duda: estar en Iraq en un conflicto iniciado e ideado por G. Bush (hijo) como prolongación de la guerra desatada por su padre contra el dictador Saddam no es luchar contra el terrorismo islámico. Es dar cobertura a una política particularísima de los Estados Unidos, desde que en la primera potencia gobiernan los sectores más conservadores de aquel país.

Pero el caso es que España es, desde el fatídico 11 de marzo, el país occidental más golpeado por el terrorismo islámico en Europa, el segundo después de Estados Unidos. Por eso debe quedar absolutamente clara nuestra inequívoca voluntad de estar en la lucha contra el terrorismo y contra sus causas. ¿Es eso algo suficientemente visualizado por la opinión pública? ¿Qué percepción hay de nosotros en la comunidad internacional?

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Hoy España está huérfana de un movimiento social, humanista y patriótico. El socialismo está dividido en pugnas internas que parecen insalvables. La derecha representa la mediocridad y el conformismo con un mundo injusto de ricos y pobres.

Hace falta un movimiento que reivindique la centralidad de lo público en las relaciones económicas, las formas de propiedad humana, en forma de empresa municipal, familiar o sindical. Hace falta un movimiento que proponga formas de vida más proclives a la felicidad humana. En esta sociedad opulenta sabemos muy bien como amueblar nuestro ocio, pero estamos vacíos, porque no tenemos muy claro como comprometer nuestra vida. Somos espectadores de un mundo imperfecto y nos regodeamos en su imperfección, sin dar el paso decisivo en pos de la consecución de un mundo mejor.

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Alguno podrá pensar que dicho título, ante la magnitud de la tragedia, peca de frivolidad cuando miles de personas todavía sufren ese inmenso dolor ante la conciencia de pérdida de seres queridos, mutilaciones y vidas destrozadas. No os falta razón.

Pero también es cierto que, ese dolor, en cierta medida compartido por toda una sociedad debe de ir dejando paso a la reflexión. Cuando los medios informativos parecen haber relegado la tragedia a la búsqueda de la anécdota complaciente propia del estilo "Reality-Show, cuando los sentimientos humanos buscan desaforadamente expulsar esa rabia contenida y no lo vamos a negar, emergiendo incluso sentimientos cercanos a la intolerancia, cuando el régimen y todo su aparato obvia hacer la mas mínima referencia a las causas que obligatoriamente preceden a todo hecho, porque precisamente en el origen de esas causas alguien podría encontrar a "esos otros culpables, corresponde a la ciudadanía, corresponde a aquellos inconformistas que se niegan a situarse en la exclusiva complacencia de los sentimientos, levantar la voz y con la serenidad que permita nuestro origen humano, exigir la reflexión.

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La opinión según la cual todas las religiones son iguales cada vez está más extendida. Últimamente a cuenta del papel de la mujer, o el lugar que ocupan en las teologías religiosas. El juicio contra el Imán de Fuengirola y su posterior sentencia han vuelto a reabrir el debate. Este hombre, un fundamentalista islámico, escribió y editó un manual ("La mujer en el Islam") en el que se ponía a la condición femenina en un lugar vejatorio. Se llegaba incluso a dar consejos prácticos al hombre sobre el modo de controlar a las mujeres, utilizando el maltrato físico. En la línea de aquel versículo coránico: "Amonestad a aquellas a las que sospechéis de infidelidad; recluidlas en centros aislados y golpeadlas".

Al hilo de la noticia, los juglares de lo políticamente correcto han entonado la eterna canción del laicismo sobre el papel secundario y/o vejatorio que ocupa la mujer en todas las religiones. La lucha por la dignidad de la mujer es una de las batallas más justas de la edad moderna. Hoy, afortunadamente, el terreno conquistado es inmenso y la situación ya no tiene nada que ver con la que conocieron nuestras abuelas. Pero equiparar el trato que dan todas las religiones al sexo femenino es cuando menos injusto.

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