De pronunciarse hoy, a tenor del momento crítico que atraviesa España en este octubre de 2015, hay razones para sostener que el discurso fundacional de José Antonio en el Teatro de la Comedia de Madrid podría haber girado en torno a una sola idea: “que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino”.
Sentirse armonizados es casi una perífrasis amorosa. No hay en ella viso alguno de imposición, de restricción, de subordinación, mucho menos de violencia. Apunta hacia una decisión esencialmente libre: no existe forma de ordenar o de decretar una armonía entre las partes. Se da o no se da. Y, de darse, lo hace de manera natural, espontánea y, sobre todo, abierta. Toda impaciencia o exigencia sobre ella acaba por quebrar su íntima fragilidad. Por eso, el propio José Antonio rectifica su inicial punto de vista sobre las bondades del Estado totalitario en un documento fundamental de marzo de 1935, donde se decanta abiertamente por el Estado de dimensiones muy reducidas.