Las palabras del futbolista asturiano David Villa fueron sinceras y denotan la actitud y el talante de la selección española de fútbol. El ¡Arriba España! final a su intervención en la Plaza Colón de Madrid refleja simplemente lo que quiso decir, que España ha de estar siempre arriba, por encima de cualquier connotación partidista. Quizás hasta esa expresión, de origen falangista, ha perdido su significación política para reflejar lo que estrictamente expresa, que no es otra cosa que el deseo que todo patriota tiene para su nación: que esté arriba.

 

Son varios los sociólogos y politólogos que han venido analizando el fenómeno acaecido en torno al equipo nacional de fútbol durante esta Eurocopa, algo similar a lo que ya venía pasando entorno a los de baloncesto y balonmano o deportistas individuales como los pilotos Fernando AlonsoDany Pedrosa y Jorge Lorenzo, el tenista Rafa Nadal o el ciclista Alberto Contador. Hay una nueva generación de españoles, con edades por debajo de los 25 años, que se sienten orgullosos de serlo y consideran a los símbolos nacionales (bandera, himno o constitución) como lo que realmente son, sin connotaciones de otro tipo, ni políticas ni identitarias  y sin ser esgrimidas contra nada ni nadie. Sin darnos cuenta, en nuestro País se ha alcanzado la madurez cívica suficiente como para asumir lo que siempre hemos envidiado a otras naciones y se ha hecho de manera natural y espontánea. Y eso lo saben desde hace tiempo los políticos nacionalistas, de ahí su empeño en lo de las seleccioncitas deportivas separadas y por eso sus declaraciones resentidas y provocadoras durante este campeonato que, de la general indignación inicial, pasaron al más absoluto de los ridículos, convirtiendo a quienes las hicieron en los hazmerreír del país.

Seguro que por muchas competiciones deportivas que ganemos, si no van acompañadas de una buena gestión de gobierno no nos van a solucionar los problemas que sufrimos los ciudadanos españoles pero no hay duda que el deporte es un fenómeno de importancia sociológica en las sociedades modernas y que bien está que esos triunfos sirvan para aportarnos orgullo nacional, cohesión colectiva y conciencia de pertenencia a una Nación, cuya existencia (data de dos mil años de antigüedad) es una auténtica estupidez, además de una tarea imposible, negar, casi tanto como poner en duda su pluralidad por parte de aquellos, igualmente dañinos, que obran como separadores desde un centralismo casposo y trasnochado desde el que atacan a las distintas realidades de los pueblos que componen España y que un verdadero patriota ha de esforzarse en defender porque no merman, sino todo lo contrario, al proyecto de convivencia común.

Por todo eso es un motivo de alegría que millones de compatriotas, sin distinción de regiones de origen, razas, credos, religiones o de sí acaban de llegar o sus estirpes moran por estos lares desde hace decenas de generaciones, se echaran a las calles de España a lucir nuestra Bandera y a romperse las gargantas dando vivas a nuestra Nación.

A la mañana siguiente muchos se levantarían como siempre para trabajar (los afortunados que pueden hacerlo), el euribor había subido y la crisis económica es cada vez más palpable. Pero la lección a aprender es que juntos podemos intentar poner soluciones incluso a eso, mejor que haciendo cada uno la guerra por nuestra cuenta como también es costumbre  por aquí.

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