Con la vorágine de la campaña electoral y la cercanía del 26J parece que lo que más importa son los futuros pactos, si es que llegan a darse, las coaliciones o las estrategias que seguirán cada una de las formaciones que ahora conforman el nuevo bipartidismo (¿quien dijo que se había acabado?). En esta reedición de la campaña electoral poco o nada se ha hablado de programas y de propuestas para transformar la realidad. Es más, lo poco que los medios, voceros del régimen, han dedicado a este asunto ha sido a raíz del catálogo de gran superficie sueca del bricolaje en forma de programa electoral que presentó PODEMOS.

Antes de nada conviene aclarar que soy de los que vio y sigue viendo con buenos ojos al movimiento de los indignados, aquél que surgió en España en la primavera de 2011 y del que formaban parte gente de toda edad y condición hastiada del actual sistema político, económico, social, cultural y hasta moral. Cansado de ver cómo el personal solo se manifestaba por el descenso de su equipo a segunda división, era esperanzador ver a ciudadanos salir a la calle para decir alto y claro que otro mundo es posible. Pero siempre después de la tormenta vuelve la calma y la Spanish revolution fue perdiendo gas. Aunque las calles y plazas se fueron despoblando el personal continuaba indignado, y es que había, y sigue habiendo motivos más que suficientes para ello. Dicha situación fue el caldo de cultivo ideal para la creación de una fuerza política emergente, que bebiendo de las fuentes del 15-M supo captar la atención de millones de ciudadanos y en tiempo record llegar a las instituciones, donde habita la “casta” a la que decían iban a desalojar. Hoy, por mucho que ellos digan lo contrario, se han convertido en casta, aunque les diferencia del resto de organizaciones una digamos original y peculiar manera de hacer las cosas, de expresarse, de presentarse… son más directos, llegan más y encima casi no necesitan hacer campaña pues son el blanco de todas las críticas que lanzan las otras tres patas del nuevo bipartidismo.

Desde su irrupción sorpresiva en las elecciones europeas de 2014 hasta la fecha, a parte de su vinculación o no con los regímenes de Venezuela e Irán, hemos tenido oportunidad de ver en qué consisten las propuestas de estos emergentes hoy ya convertidos en casta y que actúan como esa a la que antaño criticaban. Una de esas propuestas estrellas les retrata como auténticos demócratas, me refiero a aquella que lanzó su líder en la que planteaba que puestos claves de la justicia, como el Fiscal General del Estado, los magistrados del Tribunal Constitucional o los vocales del Consejo General del Poder Judicial sean designados por su “compromiso con el programa del Gobierno”. Finiquitando así la división de poderes en la que supuestamente debe sustentarse cualquier sistema democrático. División que no nos engañemos hoy tampoco existe, pero que con semejante planteamiento viene a ser como clavarle una estaca en el pecho a Montesquieu.

Pero volvamos al programa de IKEA. ¿De verdad que la originalidad de un partido político estriba en plagiarle el catálogo a una de las principales cadenas de broncas familiares? Porque no nos engañemos IKEA será todo lo gigante que queramos, una multinacional del mueble y la decoración, con tiendas repartidas por todos los continentes en la que regalan sus mini-lápices y sus metros de papel, pero si por algo es especialmente conocida dicha cadena, al menos aquí en España es por ser el detonante de no pocas discusiones conyugales. Es prácticamente imposible acudir en pareja a una de sus tiendas sin acabar discutiendo. Para empezar, nada más llegar te someten a la obligación de recorrer un laberinto de pasillos por el que debes transitar cual borrego destino al matadero o cobaya fruto de un experimento. Luego tras elegir el artículo que necesitas o prefieres, debes transportarlo tú mismo hasta la caja, abonar religiosamente el importe, cargar la mercancía hasta tu coche y sales en dirección a la “república independiente de tu casa”. Una vez allí desembalas la mercancía, miras el plano de montaje, cuidando que la orientación del mismo sea la correcta, cuentas las piezas que vienen, las tuercas y tornillos necesarios, los anclajes, ¡la llave allen que no falte! Después de mirar desde varias perspectivas todo ese batiburrillo te decides ¡no te queda otra! a montarlo. Si eres un poquito zarposo montarás y desmontarás varias veces, jurarás en arameo y te dirás a ti mismo que para ese viaje no hacían falta alforjas, que las horas que te lleva montar el armario, más lo que has tardado en elegirlo, el transporte, el tiempo que has invertido en el laberinto de la tienda y la consiguiente bronca con la pareja, amén de otros detalles, hacen que para la próxima ocasión gane enteros el comprar ese mueble castellano robusto que llevas años viendo en el escaparate de la tienda de la esquina. Por el contrario si eres un manitas, casi a la primera habrás conseguido ensamblar el artilugio y contento y ufano mirarás tu obra de arte. Aunque si sigues mirando y miras con atención y detalle, te darás cuenta de que no queda igual que en el catálogo. ¿Algo falla? ¿Cómo va a fallar? ¡si el mueble es el mismo! ¿Será la decoración de tu casa, el tono de las paredes, la pintura, esos cuadros, la iluminación, la lámpara que no va a tono…? Para al final caer en la cuenta de que comprar, elegir y decidir por catálogo en no pocas ocasiones conlleva serios desengaños, a parte del curre que supone el self-service. ¡Ya! Pero es que el resto de lo que hay no me gusta. Las otras opciones solo te ofrecen modelos y diseños ya antiguos, añejos, que no van con los tiempos. ¡Seguro! Pero es que el catálogo no lo has diseñado tú, te lo dan hecho, te presentan varios modelos y ahora, eso sí ¡móntatelo tú! Y cada cual que se monte lo suyo, con laberinto, autotransporte del artilugio, bricolaje doméstico y bronca conyugal incluida.

Todo eso a parte del lema citado anteriormente “república independiente de tu casa”. Difícil maridaje con aquél otro de “proyecto sugestivo de vida en común”. Y es que para llegar a este último o al menos aproximarnos a él hemos de abandonar definitivamente todos los catálogos, los de la vieja y la supuesta nueva política. Porque al fin y al cabo visto lo visto en la mini-legislatura que se cerró con la convocatoria de la cita del 26J, TODOS, digan lo que digan, por mucho que lo adornen, inventen o lo presenten con envoltorios diferentes han demostrado ser casta. Esos de arriba a los que debemos derrocar los de abajo, porque somos más. Pero mientras nos tengan entretenidos con bonitos diseños, ellos seguirán sustentando un sistema que seguirá siendo perverso, inhumano y terriblemente injusto.

ión Garonne