En estos tiempos, señaladamente en nuestro país, la política resulta un concepto oscuro, que evoca para muchos la imagen del político como ente parasitario, más conectado con la picaresca que con una función social. Parece haberse olvidado cuál es la originaria razón de ser de la política.

El término “política” procede del griego “politiké techne”, que equivaldría al arte o ciencia que se ocupa de sentar las bases teóricas relativas a la “polis” (pueblo, en sentido social, o ciudad) y a planificar su gestión. Así pues, acudiendo a la raíz, resulta que el pilar fundamental es la “polis”, o sea el pueblo, y que por ello no debería considerarse aceptable una gestión que no vaya dirigida a velar por los intereses de todos.

En el siglo XIII, uno de los intelectuales más hondos y prolíficos de la Historia, Santo Tomás de Aquino, sostuvo que es responsabilidad del gobierno defender el bien común, que el gobernante que elude esta responsabilidad anteponiendo sus propios intereses a los de la comunidad se denomina tirano, y que frente a estos es lícita y disculpable la rebeldía, comprendida desde la desobediencia hasta el derrocamiento, incluso si no hay más remedio, por la vía de la eliminación física del tirano.

Sirvan estas ideas como recordatorio.

En el panorama de la política española actual está ya asentada la costumbre de encomendar la gestión, no a un tirano, sino a una inmensa tiranía estructural, en la que la clase política constituye una élite social que disfruta de un altísimo nivel de vida y, en lugar de que dicha élite vele por el bien de la comunidad, es esta la que sustenta económicamente sus vidas de lujo. Dentro de esa panorámica, los principales partidos y sindicatos no son más que grandes empresas enfocadas, como todas, a que sus altos cargos se perpetúen a sí mismos en lo más alto de la escala social. Poco importa el sufrimiento de los de abajo y menos aún el precio moral, mientras estas empresas políticas (en ocasiones auténticas mafias) obtengan sus beneficios y prerrogativas, y aseguren sus suculentas pensiones vitalicias.

Tantos años de gobiernos indignos y de promesas incumplidas desde todos los ángulos del espectro ideológico, han logrado que el pueblo esté cansado y rendido a una realidad, que aunque a muchos no les guste, se muestra muy difícil de cambiar. Sin embargo, la lógica nos dice que si es el pueblo el que sustenta su sistema, el sistema ha de caer por su propio peso si el pueblo se niega a seguir sustentándolo.

Cruz M. Caballero


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