José Luis Rodríguez Zapatero ha tenido la ocurrencia –lo suyo son las ocurrencias, a veces peligrosas- de nombrar Ministro de Justicia a Mariano Fernández Bermejo, el Fiscal que consideró que era "un disparate tratar como terrorismo a la llamada kale borroka -que, por cierto, acaba de cobrarse una víctima mortal- o que tildó de "hipocresía colectiva juzgar a los responsables de los GAL.

Lógicamente, cualquier ciudadano de a pie está en su perfecto derecho de considerar que el Estado no tiene que articular instrumentos legales para luchar contra un fenómeno, el de la violencia callejera, destinado a coadyuvar a los fines de una banda terrorista, mediante la destrucción del mobiliario urbano y los ataques con tácticas de guerrilla urbana a personas y bienes. Pero lo que no parece muy razonable es que a ese ciudadano se le nombre Ministro de Justicia.

Lógicamente, cualquier ciudadano de a pie está también en su perfecto derecho de considerar que no hay que aplicar la ley a los responsables de asesinatos, secuestros y apropiación de fondos públicos. Pero lo que no parece muy razonable es que a ese ciudadano se le nombre Ministro de Justicia.

Que el gobierno y el PSOE se escandalicen porque se critica ese nombramiento sin esperar a ver su gestión resulta sorprendente. Es como si nombrasen a Farruquito Director General de Tráfico y luego se extrañaran de que nadie está dispuesto a concederle cien días de cortesía.

Selenio