Fernando Valbuena
Publicado en el Diario HOY.

Poca gente en las manifestaciones convocadas por los grandes sindicatos. Grandes entre comillas. España y sus seis millones de parados no fueron. Tampoco los que disfrutan el privilegio de tener un empleo. España, los españoles, los asalariados, entre la desesperación de no tener y la angustia de dejar de tener, no están por la labor sindical. Seis gatos mal contados. Dos radicales, dos profesionales de la protesta y otros dos. Es evidente, mal que nos pese, que los sindicatos no representan a los trabajadores. Ni los sindicatos del sistema, ni los de fuera. Por algún motivo, pongan ustedes el que mejor les parezca, los sindicatos y los trabajadores se dan la espalda. La calle no tiene dueño cuando llega el mes de mayo. Y eso es malo.

¿Qué son los sindicatos hoy en España? Sabemos lo que no son. No son la voz limpia y serena de los más. Ni trabajadores, ni parados. Ni los unos, ni los otros se sienten defendidos ni representados. Al menos, eso opina la mayoría. Dicen que les representan... y no es verdad. Salvo que se viva instalado en la mentira, los responsables sindicales lo reconocen sin rubor y con pena. Los sindicatos se han convertido en paquidermos, más o menos torpes, cautivos, impedidos para la libertad, dichosos de comer a diario en la mesa del poder. Sea de oro la jaula, sea de plata, la historia es siempre triste. A los pies del amo. Treinta años en los que se ha primado la presencia institucional mientras se daba la espalda al tajo. Los sindicatos españoles, con una de las tasas de afiliación más bajas de Europa, se han convertido en modestos servidores de sí mismos. Los que pueden comen del menú sindical y se ahorran la merienda, mientras los otros pasan de largo tocando tambores y silbatos. Han acabado enchufados al gotero del presupuesto, medio ricos, mendicantes del todo. Así van tirando, aunque sea a costa de poner en venta los sueños.

Sin embargo, los sindicatos son necesarios. Hoy, como ayer. Porque hoy, como ayer, hay quien vive en la miseria y en la cruz de no tener un trabajo que llevarse a las manos, en la esclavitud del paro forzoso. Porque no hay justicia donde los hombres no tienen trabajo. Porque hoy, como ayer, el capitalismo sigue despreciando inmisericorde toda justicia social. Por eso hoy, como ayer, no es posible concebir las relaciones laborales sin los legítimos representantes de todos los que participan en la tarea común, en la empresa común de la producción. Es hora, siempre lo ha sido, de que los sindicatos abandonen definitivamente el dogma diabólico de la lucha de clases y el culto al enfrentamiento social en el que aún viven. Fundamentalmente porque ya ni siquiera los trabajadores creen en él. Es urgente que las organizaciones sindicales, éstas o las que están por venir, renieguen de sus muchos errores y se purifiquen en aguas de libertad y justicia. Solo entonces será legítima su fuerza. Entonces sí. Entonces podrán pedir un pacto, porque ese día serán la voz del trabajo. Mientras, ni la calle es suya, ni representan a nadie más allá de las modestísimas cifras de afiliación cautiva que aún conservan. Lo otro es la nada. Y lo que es peor, lo otro nos lleva al enfrentamiento, a la violencia y a la muerte. Lo otro es, pudiera ser, la tea o el látigo. Lo otro es un tal Gordillo, asaltando fincas con la impunidad que le prestan los meapilas. Eso no es ser sindicalista. Ser sindicalista, como dijo el que ustedes saben, es creer en que solo hay una aristocracia,... la del trabajo.


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