Por Flecha y Catus

No cabe duda de que algo está cambiando en Iberoamérica pues, elección tras elección, las opciones que enarbolan unidas la bandera del patriotismo -frente al sometimiento al imperialismo- y la bandera de lo social -frente a los planteamientos económicos neoliberales- ganan posiciones, un fenómeno que no podemos dejar de mirar cuando menos con interés y, en muchos casos, con abierta simpatía.

 

Se trata de opciones políticas alejadas de los clásicos partidos marxistas: frente al partido único defienden la democracia y el pluripartidismo, frente a la economía totalmente estatalizada plantean modelos de economía mixta o de economía social, frente al materialismo reivindican el espíritu, y frente al sometimiento a alguna Internacional reivindican la independencia de los pueblos, sin perjuicio de la solidaridad y de una mayor integración continental. Tampoco son fenómenos equiparables a una socialdemocracia clásica. Ciertamente, en algunos países se encuentran coincidencias, pero en otros muchos la nueva izquierda iberoamericana está cuestionando abiertamente los esquemas y modelos liberalcapitalistas y buscando caminos propios, algo que en ningún caso hace nuestra izquierda doméstica de Europa.

Uno de los últimos procesos electorales, el de Ecuador, ha deparado la victoria, con amplia ventaja, de Rafael Correa (Alianza País), que competía con el magnate Álvaro Noboa (del derechista PRIAN).

Entre otros aspectos, el Presidente electo ha prometido a lo largo de la campaña renegociar los contratos petroleros con las multinacionales, a las que acusa de hacer el gran negocio a costa del pueblo ecuatoriano. Se propone aumentar el presupuesto de salud, con un proyecto masivo de producción y distribución de medicamentos genéricos, campañas de salud preventiva, aumento del personal sanitario... Quiere llevar la seguridad social al 100 % de la población y aumentar las pensiones de jubilación. Prometió también incrementar gradualmente el presupuesto destinado a educación hasta alcanzar el 6 % del PIB, impulsar la educación básica gratuita y desarrollar una campaña nacional de alfabetización. Ofrece incrementar las ayudas del bono vivienda ecuatoriano, para que pasen de los 1.800 dólares actuales a 3.600, dinero que se entregaría a las familias que quieran construir una casa de menos de 20.000 dólares o ampliar la que poseen. También quiere edificar 100.000 viviendas anuales, con fondos procedentes de los excedentes petroleros. Se plantea impulsar la economía popular, con microcréditos masivos canalizados a través de la banca pública, con los que pretende alcanzar a 600.000 personas. Quiere renegociar la deuda externa y buscar mecanismos de condonación a través de canjes impulsando, por ejemplo, fondos de protección ecológica (bosques, manglares, islas Galápagos, páramos...). No va a firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, pero apostará por la integración regional con otros países iberoamericanos. Su programa contiene también medidas para combatir la inseguridad y la corrupción. Y plantea una consulta popular para que el pueblo se pronuncie respecto a la posible convocatoria de una Asamblea Constituyente, como también se hizo en Bolivia.

Todo esto suena bien, pero ahora toca pasar de las promesas a los hechos y la experiencia política nos hace ser cautos. Esperemos que el nuevo Presidente cumpla realmente sus compromisos con Ecuador y que este pueblo hermano inicie una senda prometedora. Iberoamérica está dando la espalda a los patrioterismos invocados por una derecha servil a los dictados norteamericanos en medio de poblaciones mayoritariamente excluidas. Pero también ha superado en la práctica los modelos de la izquierda totalitaria, en los que las mejoras sociales tenían el alto precio de que se secuestraran libertades humanas. Frente a esto, es alentador ver en el horizonte americano una ola tercerista donde los conceptos de patria, de democracia y de justicia social pueden ir por fin de la mano.