Enero una vez más nos trae noticias de dolor. Por el amigo que ha muerto, por el camarada que nos ha alentado, por el ser entero de su magisterio enorme, de su profesionalidad sin mácula, de su periodismo profundo y honesto en una vida completa dedicada al servicio de nuestro País. Ismael Medina Cruz, título e historia de azul, depositario de lealtades irreversibles que nos han marcado a muchos de nosotros, seguidores y partícipes de una esperanza con nombre de Patria, pan y Justicia. Ideales que aprendió en su mocedad de inquietudes sociales, aprendidas en primer paso, en su aventura por la CNT, que fue sin duda simiente para su convicción nacionalsindicalista. Ismael, camarada, compañero de sueños y de hechos, que el camino aunque a veces nos haya separado de orillas, nos daba siempre una dirección  que ha sido compartida.

Había leído tu experiencia vital o tu vital experiencia, que es lo mismo, y pronto percibí tu voluntad comprometida, dando así prueba irreversible de la génesis popular y sindicalista del mensaje propuesto por José Antonio tu guía; intelectual nacido desde la base del Pueblo, analista formado en los despachos humildes de un movimiento con vocación de servicio; y un sentido de exigencia y trabajo que le ha llevado a escribir hasta sus últimos días. Y siempre José Antonio; héroe y mártir en tiempos de compromiso, prototipo en el que Ismael fundó una ética de memoria y de historia; testigo permanente de más de tres cuartos de siglo, recogiendo en discursos, en libros y en artículos de prensa, toda la peripecia social y política de una España que todavía no le gustaba; que todavía no nos gusta.



Tenía, o eso me parecía, un tono de hombre adusto y un corazón de fuego tal vez el reflejo de su tierra conquense, mezcla de la ilusión cervantina y el tesón castellano;  de un lado su obra profesional en la radio y el periodismo, un instinto del viejo reportero en Arriba y enJuventud, un experimentado gestor de noticias en Radio Nacional y en Pyresa, una última muestra en sus ventanas digitales, y de otro la sensación que nos daba en cada momento de su pasión por Falange, que yo libero siempre de cualquier otra adherencia por justificada que viniera. Ismael vencía con su honradez de sabio, toda una prueba de años. Con él su agudo sentido de la responsabilidad y la lealtad, sin él, el hueco de un silencio que a todos nos convoca, para que en alguna forma, lo inundemos de respeto y de admiración. Otra vez los falangistas quedamos huérfanos de una voz y un testimonio que nos hacen mucha falta y de nuevo tendremos que pedir a los caminan junto a luceros y estrellas, que nos muevan un poco la luz de su entorno, acaso para poder continuar por este atajo que ya nos resulta demasiado largo.

Cuando en un descuido de nuestro tiempo, leamos los textos de Ismael Medina, un hombre nuevo  entrará por el dintel de nuestras almas para sentarnos junto a él y revivamos con emoción y la misma conciencia, las voces que nos llevaron a creer en una gran Nación, en un honorable Pueblo, en una sociedad más amable y justa, donde tu y yo, podamos al fin ofrecernos la mejor de las sonrisas. Habremos llegado al lugar que soñamos todos los falangistas, ese sitio que nos espera aquí abajo, en esta tierra que entendemos sedienta de ejemplos como el tuyo, Ismael, quizá  a eso te referías cuando en tu última columna en Vistazoalaprensa, nos convocabas alrededor del Dios único.


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