Por Francisco Ortiz Lozano

Viernes 21.12.07. Ha fallecido José Torres Campano, de 77 años, de Ardales (Málaga).

José nació el 23 de septiembre de 1930 en Ardales. Nieto del humildísimo sacristán José Campano Fernández, asesinado vilmente (y cuando digo vilmente no podéis imaginar qué punto de crueldad alcanzaron las circunstancias de su muerte) a los 66 años, el 3 de agosto de 1936, por los milicianos social-comunistas.

Nuestro José era también sobrino del último de una larga lista de frailes capuchinos de esta villa: Fray Guillermo de Ardales, José Campano Bravo (1899-1985).

José fue jornalero y pasó hambre a manta.

José era el mayor de cinco hermanos, pero como éstos emigraron todos a Alemania y a Cataluña en los sesenta y él se quedó soltero, vivió siempre en la más absoluta soledad. Hacía dieciséis años que no veía a sus hermanos ni sobrinos.

José vivía en la calle Cerrillo, en una casa pequeñita, vieja y tan humilde como su familia; quizás fuese la que conserve la puerta más antigua de todo el pueblo.

Sus únicos parientes aquí son dos primos, José y Juan Torres Calderón, ya mayores como él.

José era cascarrabias y protestón, pero bueno y noble en el fondo, con miras culturales, sobre todo acerca de la música clásica y de los informativos. La Radio Nacional de música clásica era su onda.

José nunca olvidó lo que hicieron con su abuelo, cuyo martirio siguió de cerca y recordaba perfectamente, a pesar de que contaba con seis años menos dos meses.

José no soportaba que el actual Presidente del Gobierno estuviera a merced de los nacionalistas, de Esquerra y que pactara con el entorno de ETA.

José se sabía diferente de quienes le rodeaban, porque su memoria histórica no se parecía en nada a la que nos cuenta este Gobierno.

José creía en el concepto joseantoniano de patria y en la unidad de España.

José siempre se consideró de Falange, como su padre y como su madre, Anita Campano, de la cual obtuve como historiador una entrevista espeluznante (por lo que me contó) en 1988, junto con él.

José tenía la camisa azul guardada desde el tiempo de la pera.

José se afilió al PSOE hacia 1989, coincidiendo con su contratación como barrendero municipal, a raiz de sus continuas súplicas de trabajo en el Ayuntamiento, porque lo estaba pasando realmente mal, en soledad y económicamente.

A José le preguntamos en 1992:

- José, sólo por curiosidad y respetando lógicamente tu libertad, ¿cómo es que te has pegado al PSOE si tu siempre te consideraste de los nuestros?

Y José contestó enfadadísimo:

- ¡Yo me tengo que arrimar al que me da de comer!

Muy poco después me decía a mí a menudo:

- Yo estoy ahí porque me hace falta para seguir ganándome la vida, pero en cuanto me jubile y ya no dependa de nadie, vas a ver tú lo que voy a durar ahí.

Juzgad hasta qué punto, por estas tierras andaluzas, uno puede verse obligado a tener que ocultar sus ideas por un puesto de trabajo.

Efectivamente, en 1995 se jubiló y, desde entonces, volvió definitivamente a recordarnos que él era de los nuestros y que nunca dejó de serlo en el fondo de su corazón.

Una y otra vez, al verme por la calle, decía:

- ¡Yo soy de los vuestros!

O bien:

- ¡Vosotros sois de los míos!

O más plásticamente:

- ¡A mí lo que me gustan son las flechas!

José siempre andaba detrás de mí en las elecciones para que le diera la papeleta, antes de FE-JONS y luego la de FA.

La última vez, en mayo pasado, le quise gastar una broma para verle otra vez en su salsa de cascarrabias. Me envió el mensaje, con una vecina, de que había traspapelado nuestra papeleta de las municipales pues, después de nosotros, pasaron por allí PSOE e IU. Y que, para curarse en salud, no quería equivocarse, pues no veía bien. Yo llegué a su casa el viernes, día de fin de campaña, ya bien noche. Y le saqué de broma las papeletas del PSOE y del PP, preguntándole:

- ¿Cuál quieres, la de Rajoy o la de Zapatero?

- ¿Qué haces enseñándome la del Partido Popular y la del capullo? ¿Cómo que cuál quiero? ¡Cuál va a ser, cuál va a ser, po la de las cinco flechas, hombre, la de las cinco flechas! ¿Pa qué te crees que te he llamado?

José fue siempre votante nuestro y, en 2007, uno de los 271 que nos dieron dos concejalías.

José se puso malo en 2005 y se lo llevaron al Hospital Clínico de Málaga. Como no tenía familia, estuvo más solo que la una en Urgencias y luego en Observación y las enfermeras estaban extrañadísimas de que no tuviera absolutamente a nadie que se interesara por él. Yo, en cuanto me enteré, cogí el coche y me fui a verlo. Me dijo la enfermera que yo era la única persona que apareció por allí desde que lo ingresaron. ¡Cómo se emocionó al verme! Le di de comer, pues él no podía ni manejar la cuchara. Se emocionó. Se le escaparon las lágrimas -él que siempre se ponía tan gallito cascarrabias-. La enfermera tomó mi dirección y mi telefóno, en ausencia de pariente alguno o de vecino.

Luego fui una segunda vez a verle y estuve toda la tarde con él cuando ya le pasaron a una habitación. Me dijo que habían ido ya a verlo por lo menos cinco o seis ardaleños en esos días.

Regresó, recuperado, al pueblo. Lo fui visitando a menudo y, más adelante, sólo de vez en cuando. Mejoró más y ya bajaba a la plaza y siempre se me ponía a quejarse de la política de Zapatero, teniéndole yo que aconsejar que no escuchara la radio, de los berrinches que pillaba.

Un compañero maestro, de Cáritas, y bellísima persona, le hizo un seguimiento. Me dijo hace dos meses que a José se lo habían llevado a la residencia de un pueblo vecino. Yo quería haber ido, pero no llegué a ir a verlo.

Y hace unos días, me dijeron que estaba otra vez en Ardales. De nuevo no fui a verlo. Ya sabéis que cuando uno está tan liadísimo, encima queda mal por no haber ido a visitar y consolar a quienes te necesitan. Y cuando no me quitaba de la cabeza que tenía que ir a verlo, me dicen esta tarde que a José se lo llevaron al Hospital Pascual hace dos o tres días y que hoy ha muerto.

Llamo al hospital y me dicen que ha salido su cadáver para Ardales y que ya debe estar aquí. Subo a su casa a las seis y media. Y qué escena más triste.

Es de noche y lloviznea. No hay ni un alma por las calles.

Y en su casa, sólo tres piadosísimas vecinas, por amor de Dios, y un muchachillo deficiente y minusválido vecino suyo, le velaban. Allí he estado una hora. He abierto la tapa del ataud y he visto por última vez su rostro, ya sereno y en paz, para nada una cara gruñona, como acostumbraba. He rezado por él en silencio. Las vecinas, tan humildes o más que él, me han explicado su lástima por la soledad tan trieste, tan inmensamente triste de la escena. Yo las he consolado a ellas y les he dicho, obteniendo su sincero respeto como palabras de un hombre con carrera:

- Lo que estáis haciendo nadie os lo va a pagar en esta vida. Sin saberlo, estáis cumpliendo ese mandamiento de la Iglesia de velar y enterar a los muertos desamparados. Y vuestra buena acción la sabe quien tiene que saberlo: Dios. Y a Él no se le olvida.

Y se echaron a llorar.

Tras la viejísima y destartalada puerta, entreabierta, de madera, de la casa de José, sólo se oía la lluvia monótona como un llanto apagado. ¡Qué tristeza! ¡Y qué soledad otra vez!

Ha muerto José, para rabia mía, sin poder cumplir su tantas veces repetido deseo desde hace dos o tres años:

- Ortiz, ¿cuándo nos vamos a echar la foto los dos con las camisas azules?

Mira que me lo pidió veces. Y mira que se encorajó veces porque yo nunca tenía hueco o decisión para hacerlo.

- Vale, vale, a ver si puedo llegarme la semana que viene...- le decía.

En junio pasado, fui a su casa con la cámara, el trípode y la camisa en una bolsa, dispuesto a cumplir su deseo. Pero como él tenía la cama en la sala de entrada, tapando la escaleruela, me contestó:

- ¡Ahora, ahora...! Ahora tengo la camisa arriba en el ropero y no se puede subir. Ya tienes que esperarte a que pase el verano, porque está con la ropa de invierno...

Pasó el verano y yo ya no fui.

José sale en el DVD La sonrisa de José Antonio. Historia de Falange Auténtica de Ardales, junto a su madre.

Me he venido para abajo para escribir esto y para llamar al cura y otros amiguetes.

A los afiliados y simpatizantes de Falange Auténtica de Ardales les avisé para que, si estaban por el pueblo esa noche o la mañana siguiente, se llegaran un ratillo.

Una vecina, que ha llamado a la única hermana de la que tenían teléfono (que vive en Cataluña), me ha dicho que ésta viene en coche y que iba a llegar al pueblo de madrugada. Hasta entonces no hay nadie de su familia.

Estoy pensando en llevarle cinco rosas rojas.

Otra curiosidad (¡hay tantas!): él nos pidió, como voluntad ante su próxima muerte, repetidamente, que por favor en la misa de su entierro le pusiéramos el Réquiem de Mozart. ¡Era un experto en música clásica, a pesar de no haber ido a la escela prácticamente!

Juan Calderón, el nuevo alcalde, me acaba de decir que lo vio en su casa hace dos o tres días y José le dijo:

- Menos mal que has venido a verme, que todos los políticos venís a verme cuando hay campaña de elecciones pero luego os olvidáis. Yo a ti no te voté, yo voté a Paco Ortiz...

Me ha llamado el cura y me ha confirmado que el entierro es a las 4 de la tarde.

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Sábado 22.12.07. Hace un rato regresé del entierro de José Torres Campano.

Anoche fui a casa del cura. Le conté las circunstancias y decidió acompañarme al velatorio, por segunda vez. Lo velamos Pepe M. y yo hasta las 2 y media de la madrugada. El cura permaneció un par de horas más. Y dos o tres vecinas caritativas quedaron al pie del cañón hasta que llegaron cinco familiares de Cataluña a las siete menos cuarto de la madrugada. Y un hermano, desde Alemania, que hacía casi treinta años que no lo veía. El cura ha quedado sobrecogido por el desprendimiento de dichas vecinas y a ellas dedicaría también su homilía.

Al mediodía he vuelto al velatorio y he tenido oportunidad de hablar con sus familiares, que ya eran los únicos presentes, más José Torres Calderón, su primo de Ardales, sobre las entrevistas de memoria histórica que realicé a José y a su madre Ana (nacida en 1904) acerca de los terroríficos sucesos protagonizados por el Frente Popular. Uno de los presentes añadió:

- Los milicianos rojos hicieron muchísimo daño y mataron a muchos inocentes y luego los de las fuerzas [léase nacionales], cuando entraron, las pagaron con unos pocos que eran culpables, pero con una mayoría que eran inocentes, porque los criminales rojos huyeron.

Esto es una constante que repiten sin cesar todos los testigos de aquella época.

Hablando Pepe M. y yo con el cura le hemos transmitido esta última voluntad archirrepetida por el finado de que le pusiéramos el Réquiem de Mozart (Introito y Lacrimosa) en la iglesia el día de su funeral. Le ha parecido estupendo y así lo ha hecho.

Además, el cura ha quedado tan impresionado con esta muerte y, sobre todo, con este velatorio tan caritativo, tan humilde, tan pobre, que nos ha dicho:

- Sólo por eso voy a hacerle un funeral por todo lo alto.

Y así ha sido.

A las 4, el funeral. Muy poquita gente, como era de esperar, pero solemne, emocionante, sobrecogedor...

Gran sorpresa cuando he visto a Isa y Paco Sánchez (los hijos de nuestro recordado Andrés). Aunque tenía Isa pendiente venir por el pueblo desde hacía semanas, ha venido hoy, precisamente hoy, a pesar de la lluvia y el mal tiempo, por y para estar donde ella consideraba que tenía que estar: en el adiós a este hombre casi abandonado, pero de los nuestros. También estaban siete u ocho de los nuestros. Y el alcalde, Juan Calderón.

Tras la misa, y bajo una persistente lluvia de las que calan, hemos caminado hacia el cementerio tras el coche fúnebre y asistido a la inhumación, ya decayendo las luces de la tarde, unas 15 personas.

El sobrino de José, catalán de nacimiento, regresando hacia el pueblo, ha hablado conmigo, con intercambio de direcciones y promesa de enviarnos fotos antiguas de su familia y los datos de la épica historia de sus mayores, que desconocía casi por completo. Estaba interesadísimo con mis relatos. Este mediodía, en el velatorio, quedó impresionado con los mismos, y es que me temo que en Cataluña se dé poca memoria histórica imparcial en los centros educativos.

Y así, con nuestro amigo y simpatizante José Torres Campano, descansando -el cuerpo en el nicho y el alma en el cielo-, hemos vuelto a la rutina del día a día.

Sigue lloviendo fuera.

Requiem aeternan dona ei, Domine.


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