Por España en Verde y Azul

Tenemos que garantizar el acceso al agua a todos, su gestión ha de ser pública y, en busca del bien común, el agua no puede estar sujeta a la especulación. El agua es un derecho universal, es un asunto de vital importancia en toda sociedad, es un problema mundial, tanto para su desarrollo socioeconómico como medioambiental. Pero en España es un mal endémico al que ningún gobierno ha puesto ni ha querido poner empeño en resolver. La visión del agua tiene tantas aristas o vértices que es imposible que en este espacio se traten todas. Pero hay ideas que nos golpean la conciencia por obvias. En el agua hay que tener en cuanta su cantidad, su calidad y su distribución.

La sequía que España padece es cíclica, cada año ocurre lo mismo y siempre se actúa desde la improvisación. Una buena política sobre el agua no pasa por la idea de ofertar más agua: lo que hay que gestionar es la demanda. Una educación que nos conciencie del verdadero valor del agua es fundamental, pero además hay que atacar con leyes al desarrollo insostenible que llevamos a cabo. Hay que proporcionar la renovación de infraestructuras públicas y privadas, colectivas e individuales que vayan destinadas a evitar el mal uso del agua. En nuestras casas podemos utilizar perlizador giratorio (40% ahorro de agua y energía), reductores limitadores (30%), dispositivos anti-fugas, interruptores de ducha, cisternas con interrupción de descarga, contador individual de agua, duchas de alta eficiencia, etc. Estos modelos están en el mercado y el gobierno debería ofrecer medidas tales como créditos, bonificaciones por consumo responsable, etc, para que empresas o particulares cambiasen a estos nuevos modelos más eficientes o adecuasen estos dispositivos a sus viejos equipos.

La escasez de agua hace que se busque más agua, pero el construir nuevas presas o embalses no hace sino deteriorar nuestro medio. España es el cuarto país del mundo en número de presas (aun así falta agua), el 50% tienen más de 40 años, son viejas (no se invierte en mantenimiento) e inseguras (el 6,5% son de grave riesgo con mención especial para Itoiz), hacen que la vida de los ríos se degrade, y con ellos nuestros mares que se salinizan y que no reciben los sedimentos que los abonan (el 99% de los sedimentos no llegan al mar), con ello el impacto se extiende al hábitat de los ríos y mares, y a la industria de la pesca (las especies se resienten por la falta del abono de los ríos). Las soluciones, por tanto, tampoco pasan por crear más presas o embalses.

 

Otra alternativa es la desalinización del agua, pero ésta consume mucha energía (debería ser de origen renovable) y además genera residuos que hoy en día no se saben tratar, además de dar la impresión de que el agua es un recurso infinito, cuando es todo lo contrario, es un bien muy escaso.

 

Por ello, la única solución completa es el desarrollo sostenible, y el camino para llegar a ello es la educación. Según la OMS, 50 litros es lo que se considera cantidad razonable de consumo por persona al día y, actualmente, en España se consume 250-300 litros. Sólo cabe una conclusión: hay falta de planificación y de educación. La planificación influye de forma decisiva en el problema del agua: el 80% lo consume la agricultura (1,4 del PIB español), el 14 % es para el consumo urbano y el 6% lo consume la industria.

 

La agricultura hay que tratarla de forma especial ya que está abandonada, todavía usa las mismas formas de riego que en las épocas de los romanos o los árabes, tiene una eficiencia únicamente del 50%, ha apostado por la sobreexplotación y los cultivos de regadío, y produce excedentes financiados por Europa -su fin no es producir sino la subvención-.

 

La industria ha contaminado el 33 % de los ríos y una gran parte de los acuíferos subterráneos como consecuencia de vertidos y contaminación atmosférica (que contamina a cientos de kilómetros de la industria). Hay que acabar con la política de "quién contamina, paga; eso sólo incita a contaminar más y aceptar que hay que contaminar.

 

Esta falta de planificación se hace más evidente en la construcción: primero se construye y después se observa el desastre provocado. Esto llega a su máxima expresión en la costa, donde el ladrillo hace su agosto. Con la llegada del turismo, toda agua se hace poca, se agotó el agua de los acuíferos, se acabó con las reservas de los valles costeros y ahora van por los valles interiores. La destrucción no conoce fin, pero todo tiene un límite y ese límite no lo ponemos a nuestro antojo, lo pone la naturaleza, y no podemos sostener por más tiempo esta situación.

 

Tampoco se cuida el entorno, ya que tan importante como el agua es su calidad y evitar su contaminación. Además hay que planificar el tratamiento de esta agua, y su posible reutilización; por cada litro de agua residual que se vierte se contaminan 8 litros de agua potable; sin duda, es posible hacer algo más en este aspecto.

 

España tendrá que pagar 3,3 millones de Euros de multa a la Unión Europea por no cumplir con los criterios europeos de calidad de agua. Desde 1996 España ha reducido en un 40% el número de zonas de baño interiores y, en este último año, no ha cambiado la situación. Esta estrategia (reducir el número de zonas de baño) es común para subir el porcentaje de calidad, en vez de poner soluciones y atajar los problemas. En la actualidad, esta baja calidad afecta al 5,3 % de las zonas interiores de baño.

 

Como se ve, jamás ha sido política de Estado el agua, y con ello deterioramos nuestro desarrollo, perjudicamos al turismo (la gallina de huevos de oro) y, sobre todo, destrozamos nuestro medioambiente, al cual va unida nuestra salud y supervivencia. Cambiar la política, orientarla hacia la demanda y no hacia la oferta, y asegurar un desarrollo sostenible para todos se hace imprescindible para el éxito. Pero mientras discutamos quién tiene las competencias (una directiva marco de la Unión dice que las cuencas deben ser unidad en tratamiento, sin tener en cuenta fronteras, y tratarlas como ecosistema completo) o quién tiene la culpa de la catástrofe inmediata, estaremos perdiendo el tiempo y no solucionaremos nada.

 

Y, mientras, cada vez estamos más cerca del lugar donde no hay vuelta atrás, cada vez el problema es más grande y un día nos daremos cuenta de que no hay solución, será el final de todo lo relativo y caduco que creímos conseguir como sociedad… Ya sólo nos quedará una histérica extinción y gritos de "¿por qué?, gritos que no ahogará el agua. Hagamos algo…y hagámoslo ¡YA!