Sin ánimo de entrar en casas ajenas, cada uno tiene lo que se merece.

Cuando los partidos políticos mayoritarios de este país se han convertido en  verdaderas maquinarias burocráticas cuyo único fin es el poder, cuando sus  discursos y actitudes están totalmente alejados de los valores que dicen  defender, cuando la actividad política se ha convertido en una profesión a  la que acuden los desaprensivos que pretenden servirse de la comunidad  y no  servirla con vocación ciudadana, pues pasan esas cosas.

Ya ocurrió en el PSOE en 1998 con aquello de las primarias. Cuando Josep  Borrell, contra todo pronóstico y alguna zancadilla, derrotó al candidato  del aparato del partido, Joaquín Almunia, para ser el cabeza de lista en las  elecciones generales y luego se vio obligado a renunciar por una turbia  maniobra orquestada desde el Grupo PRISA que contribuyó a la mayoría absoluta de José-María Aznar.



Resulta históricamente paradójico que en la calle Génova de Madrid, a unos  metros de donde  se escenificó la cutre concentración de  energúmenas/os  para insultar a Mariano Rajoy y a Ruíz-Gallardón (esos mismos exaltados que  no tienen arrestos para dejar el PP, autodefinido como centrista- liberal, e  integrarse en algo parecido a la antigua AP), nació  quien luego destacaría  como joven político español del periodo republicano que teniéndolo todo  (juventud, buena posición social y brillantez profesional) para disfrutar de una vida apacible  y cómoda, se consagró al servicio de nuestra Patria y de los más humildes y  desfavorecidos de ésta y, al frente de sus falanges, entregó lo más importante que tenemos los seres humanos como muestra de supremo  compromiso  con lo que creía y por los que luchaba.

Por José Antonio Primo de Rivera, por su ejemplo y el de otros muchos,  estamos nosotros aquí con el mismo espíritu. Metadono