Hasta qué punto son importantes para el falangismo democrático gestos como el de Fernando Sánchez Dragó pidiendo una presentación de su libro al Área de Cultura de Falange Autentica es algo que todavía no podemos calibrar, pero hacen falta muchos dragós para llegar a una plena normalización del ideal falangista en la España que arranca en la transición, la que respira vientos de libertad y vislumbra una nueva oportunidad (¿perdida otra vez?) para comenzar la empresa colectiva de un país libre, apacible y atareado.

Las disquisiciones que el escritor hace en Muertes Paralelas sobre las tres falanges, o los tres falangismos, contribuyen más a clarificar que un millón de panfletos repartidos a los cuatro vientos. Fernando Sánchez Dragó está convirtiéndose por derecho propio en un puntal en la contruccion laboriosa del falangismo democrático, el único con alguna posibilidad de traducir el ideal joseantoniano en una sociedad abierta y compleja. Dragó piensa que el pensamiento de José Antonio germinará en el futuro, a pesar de que dice no ser falangista, declararse apatrida y otras cuantas lindeces. Habría mucho que hablar sobre esto.

Sánchez Dragó (y él lo sabe) está insertado hasta los tuétanos en la tradición cultural hispánica, y sabe muy bien cuál es la España que le gusta y la que no le gusta. Sánchez Dragó es esa España a la vez ácrata y castiza. Sánchez Dragó, me atrevería a decir, está en la mejor tradición falangista, ésa que entronca con la Falange fundacional a través del puente tendido sobre la dictadura franquista por el falangismo que no quiso renunciar a sus esencias y a su libertad, el que luchó contra un régimen que no era el suyo, y reivindicó la libertad del pueblo español: el falangismo democrático. O lo que él llama la Falange buena o la tercera Falange. Pero Dios me libre de ponerle la etiqueta de falangista. Tan solo pretendo certificar una buena amistad. Que así sea.

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