Artículo de Fernando Valbuena Arbaiza,
publicado el viernes 6 de junio
en la columna "A la intemperie"
del diario regional HOY.

Siendo yo mozalbete canturreaba aquello de “Por Dios, por la patria y el rey…” mientras leía “Cruzados de la Causa”. Aquel verano el Marqués de Bradomín se vino a vivir conmigo. Han pasado los años y en el salón de mi casa sigue colgando el mismo ajado retrato de Carlos V, el rey de la barba florida, el amadísimo rey de los carlistas. El que nos prometió en Valcarlos, camino del destierro, que habría de volver. A su lado, paradojas del vivir inquieto, cuelga ahora otro de Unamuno.

Juan Carlos I nunca ha sido santo de mi devoción. Es más, hubo un tiempo, en que cumplir juramentos era la frontera que separaba a los hombres cabales de los traidores. Al menos para mí. Y Don Juan Carlos había jurado, por dos veces, ante los Santos Evangelios, los Principios Fundamentales del Movimiento. Ahora, sin embargo, estoy entre los que le agradecen, sin sombra de reserva, los años de servicio a España. Con independencia de aciertos y errores, sin entrar en cuál fuera su responsabilidad en el 23F, sin la mezquindad de la letra menuda, le agradezco estos casi cuarenta años de paz. No seré yo quien diga como Monago que ha sido el mejor rey de la historia de España, evidentemente no, pero sí creo que ha sido un buen rey, es más, creo que ha sido un buen hombre.

Guillotina en una manifestación republicana

 

A mi edad tiendo más a Unamuno que a Bradomín. Al menos en cuestión de monarquías. Creo a pies juntillas lo que predicó José Antonio Primo de Rivera sobre la monarquía, “institución que reputamos gloriosamente fenecida”. Y con José Antonio comparto la alegría del 14 de abril. Sin embargo, contemplo con tristeza como muchos de los que hoy salen a la calle en defensa de la república lo hacen enarbolando la bandera del odio. Caras crispadas, palabras cargadas de desprecio por los compatriotas que no piensan como ellos. Guillotinas de por medio. Esa no es la alegría del 14 de abril. La república que amo es la república de todos. La república como lógica aspiración de todo hombre libre, pero una república limpia en la que no haya que sustanciar ni rencores ni venganzas. “¡No es esto! ¡No es esto!”, en palabras de Ortega y Gasset. Ni es esto, ni es éste el momento más oportuno para repúblicas. Y por supuesto, la república está en las urnas, no en las algaradas callejeras.

Les cuento una anécdota. Mi padre hizo la guerra en un tercio de requetés cargando a hombros una ametralladora “Hotchkiss” de 23 kilos. Con el Oriamendi entre dientes por los frentes abiertos en las carnes de España. Setenta años después conoció a Don José García Oriozabala, juez que fue de Badajoz. Veteranos los dos. A las puertas de la muerte los dos. Mi padre le recordó los días de juventud en que ambos cantaban enardecidos a Dios, a la Patria y al Rey. Don José, ya enfermo, le contestó: “Fernando, yo ya solo le canto a Dios”. Las palabras de aquel hombre sabio las llevo grabadas a fuego. Hace tiempo que deserté de reyes magos, pero todavía le canto a la patria y a Dios. Patria que algún día será republicana, y que, como en aquella nuestra I República, tendrá por bandera la de todos, la roja y gualda, la que bajo sus pliegues nos hermana sin distinción desde hace más de doscientos años. Y ante mí aquel viejo requeté. Porque llegará el día en que, como él, solo le cante a Dios.