José Manuel Cansino

Angelina Jolie representó en "La familia Pérez" el drama del "Mariel Boatlift". A finales de los ochenta, Fidel Castro decidió "invitar" a miles de cubanos a embarcar en el Puerto de Mariel camino de Miami. El tránsito fue fluido y pacífico hasta que el Gran Hermano decidió aplicar lo de la "tolerancia cero" y los cubanos rebajados a la categoría de balseros- comenzaron a ser interceptados y alojados en la base militar de Guantánamo (imagino que haciendo los "graffities" que ahora contemplan los tipos de Al-Qaeda).

Miami registró un incremento del 7 por ciento en su población en edad laboral, hecho que llamó la atención de los científicos sociales interesados en medir el impacto de la inmigración masiva en esta ciudad estadounidense. Sorprendentemente, no hay hasta el momento ningún resultado irrefutable.

Permítanme cambiar de localización geográfica y cambiar también la Historia por una hipótesis. Supongamos que "Mojamé 6º" invita a embarcar en Punta Cires a miles de súbditos camino de las playas del sur de España. Podríamos llamar a esto el embarco de Punta Cires, el "Punta Cires Boatlift". Para semejante movilización no es necesario que lo anuncie la TV de Rabat. Basta con que las mafias hagan más atractivas sus ofertas, por ejemplo, ofreciendo cuatro intentos de cruzar El Estrecho por 3000 euros a pagar en carne (cortesía con el pasaje femenino) o en metálico. De momento las sugerentes ofertas no incluyen seguro de vida a cobrar por los supervivientes en caso de naufragio. Me refiero al supuesto de que una inoportuna vía de agua anime al patrón de la patera a obligar al pasaje a saltar por la borda camino de Tarifa, con el previsible final de acompañar a los mudos pasajeros del crucero "Reina Regente" que desde 1845 aguardan alcanzar las playas tarifeñas sin acabar de lograrlo. En realidad permítanme la digresión- todos somos iguales a los ojos de Dios; sobre todo si después de un tiempo la piel se desprende para dejar sólo esqueletos semejantes. La muerte nos hace iguales.

Pero, volvamos a la hipotética avalancha provocada por el Rey de Marruecos.

Los norteamericanos sospechaban –parece que con razón- que Castro había vaciado cárceles y prostíbulos para acentuar el tránsito Mariel-Miami/Guantánamo.

Puesto que hemos cambiado la Historia por la hipótesis, podríamos intentar imaginar las reacciones de la sociedad española ante la avalancha norteafricana.

Probablemente oigamos decir que la inmigración masiva será una amenaza para los valores hispanos. Luego ocurre que un porcentaje importante de estos inmigrantes son mujeres embarazadas que cruzan el Estrecho buscando parir con seguridad sanitaria en algún hospital gaditano lejos de las manos de una matrona aborigen con menos papeles que un conejo de monte. ¿Peligro para los valores hispanos? Pues yo creo que habría de levantarse un monumento a estas mujeres que buscan para sus hijos un parto sano a cambio de quitarse el dolor de las contracciones mordiendo el remo de la patera.

Por cierto que me viene a la memoria cierto diálogo en el que una madre falangista reprendió vehementemente la sonrisa de un tertuliano que imaginaba jocosamente a las parturientas marroquíes que se quitaban el dolor a mordiscos. Supongo que tú –espetaba la falangista- jamás habrás visto parir "a pelo", capullo. Pues no, respondió el increpado que cambiaba su sonrisa por una mueca incómoda. Lo suponía, continuó la seguidora de José Antonio Primo de Rivera, en primer lugar porque no imagino a ninguna mujer con tan pocos escrúpulos como para dejarse tocar por ti y, en segundo lugar, porque aún tendrías tu otro gran problema. Lo último que hizo el risitas fue preguntar por su otro problema. Huevos –le respondió aquella madre- te faltan huevos para mirar a una mujer pariendo.

Desde aquel momento recomiendo siempre a mis amigos ser tremendamente prudentes a la hora de hacerse el gracioso delante de las mujeres de Falange.

Volviendo a los valores y a estas mujeres, yo particularmente vería con interés una política revolucionaria de intercambio 1 a 1, esto es, una rifeña como la de antes a cambio de una quinceañera adicta a la RU-486. Aquí querido lector- faltan reaños y sobran adictos a los tripis.

El resto de los que alcanzasen las playas gaditanas, aquellos que no vienen en busca de una mesa de parto limpia y con litros de Betadine, se adscribirían previsiblemente en dos grupos: los que buscan el pan que su Rey les niega y los que traerán problemas.

Los primeros abarcarían empleos que nuestra sociedad opulenta desprecia. Limpian casas y calles, lavan y pasean a los viejos que abandonamos, recogen aceitunas porque los hay que prefieren el subsidio al tajo, recolectan fruta en Almería defendiendo su empleo (a navajazos si es preciso) frente a los centroeuropeos o putean a Teddy Bautista y a la SGAE vendiendo dos CDs a tres euros. Pocos problemas realmente. Trabajan duro, ahorran mucho y añoran el reagrupamiento familiar sin descartar la ayuda de Ana Rosa Quintana o Isabel Gemio (¡caramba, la familia!, ¿otro valor hispánico?).

El problema, tomando el término de Amenábar, el problema son "los otros". Las rumanas que condenan a sus hijos a las horas de nacer a vivir el resto de su infancia como herramienta de mendicidad. El problema son los "mulá" que editan manuales sobre cómo pegar a las esposas sin que se note demasiado, o los colombianos que rajan los intestinos obstruidos por bolas de pasta de cocaina sin importarles que el dueño del estómago objete contra esa forma tan expeditiva de cambiar de barrio. Los otros son los rusos que administran burdeles con la precisión de una AK-47, los que comercian con armas desde Marbella y desde sus cuentas en los bancos de Main Street (Gibraltar) o –en general- cualquier indeseable que dice buenas noches, punto final, y le mete a tu hija media cuarta de acero toledano a cambio de su cartera o de su sonrisa.

¿Qué hacemos con los otros?

Pues "los otros" a Guantánamo.