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La edición electrónica del Periódico Hoy de Extremadura, en su edición del pasado 12 de enero, incluye un artículo de opinión nuestro camarada Pedro Miguel López, coordinador regional de Falange Auténtica en Extremadura.

El artículo lleva por título Constitución europea ¿para qué?, y puede ser consultado en el la edición digital de "Hoy Digital" o en nuestro archivo de prensa.


HOY, de Extremadura (12/01/2004)

OPINIÓN - Tribuna Extremeña

Publicado en Hoy. Diario de Extremadura - Edición digital (12/01/2004) - ( Ver artículo...)

Constitución europea ¿para qué?
PEDRO MIGUEL LÓPEZ PÉREZ

MUCHO se ha hablado, y seguro que se seguirá haciendo en los próximos meses, sobre el proyecto de Constitución Europea. El debate está abierto en distintos frentes. Así, mientras unos discuten sobre la conveniencia o no de que en el texto constitucional se haga mención a la raíces cristianas de Europa, otros se preocupan por cuál o cuáles serán los países con más peso específico y, obviamente, mayor poder de decisión en la 'nueva' Europa (?). No faltan quienes, como nuestro presidente, amenazan con vetar el proyecto de constitución si no se atienden determinadas demandas nacionales. Parece claro que la principal tarea de los mandatarios es asegurar para sus respectivos países más y mayores cotas de poder en la Europa de los 25.

Nos encontramos por tanto ante dos fuerzas. Una centrífuga, promovida por aquellos que temen (y hay que reconocerles cierta parte de razón) la pérdida de soberanía nacional en favor de la Unión. Dentro de este sector podríamos decir que se halla toda la extrema derecha europea, que llega a calificar el proyecto de constitución como un «nuevo engendro político», «un atentado contra la esencia y la soberanía» de sus respectivos países. Permítaseme el inciso, pero es curioso el caso de los ultras, siempre tan dispuestos a alianzas internacionales, a buscar el apoyo de sus 'camaradas' del resto del continente, pero al mismo tiempo tan reacios a ceder parcelas de poder en beneficio del interés general.

Enfrente nos encontramos con una fuerza centrípeta, representada fundamentalmente por quienes han hecho de la Unión Europea su modo de vida. Me refiero a esos oscuros euroburócratas que viven de y no para la Unión; los Fischler y compañía que fabrican informes como si de churros se tratase, jugando incluso con la subsistencia de unos ciudadanos que se ven afectados e impotentes ante normas dictadas por quienes, enclaustrados en su torre de marfil, desconocen la dura realidad con la que a diario se enfrentan esos ciudadanos.

Tampoco faltan voces que alertan del interés de Francia y Alemania por hacerse con el control absoluto de la Unión Europea. En España nos encontramos con autores que acusan a Francia de padecer megalomanía, pues aspira a liderar una Unión Europea que se constituya en rival de los Estados Unidos. Para ello cuenta con la inestimable ayuda de Alemania. Sin embargo, esos mismos autores afirman que el proyecto de este contrapoder que surge del eje franco-alemán no debe entusiasmar a otras naciones europeas a quienes corresponden otros destinos. Se refieren, por ejemplo, a Gran Bretaña, a la que ciertamente es difícil imaginar supeditando sus relaciones con EE. UU. a las directrices de una Bruselas dominada por el susodicho eje. De la misma forma, y aquí sí estamos totalmente de acuerdo con Antonio de Oarso, España ha de mantener su relación especial con Hispanoamérica con plena libertad de acción. «Su destino histórico -afirma el citado autor- le lleva a estrechar lazos con esos países que ni siquiera se pueden llamar extranjeros si nos atenemos a la etimología de esta palabra». Donde ya no coincidimos tanto con de Oarso es cuando, alegando razones de simple pragmatismo, propone reforzar las alianzas y relaciones de España con EE. UU. Lo que contribuirá, según él, a un aumento del peso internacional de España. Sinceramente tengo mis dudas, pues en vista de los últimos acontecimientos no sé cómo podría nuestro gobierno reforzar aún más su relación con EE. UU. cuando nos encontramos en una situación de claro vasallaje.

Sea como fuere, acercándonos al eje franco-alemán o intimando más con Bush para conseguir mayor peso específico en la esfera europea, lo que a todas luces parece claro es que será el sistema liberal-capitalista, o como se dice actualmente, el neoliberalismo quien salga ganando. La realidad es evidente: hoy por hoy la UE no es más que una moneda y un mercado único aunque, como afirma Martín Seco, «tampoco tan único», pues todos intentan hacer sus trapicherías. La UE es ante todo moneda, dinero, intereses económicos. Pero incluso los intereses económicos son bastante divergentes entre los estados, y de ahí que la política exterior termine siendo dispar. Por tanto, la futura Constitución, como bien dice Martín Seco, en ningún caso pasará de una buena declaración de intenciones y una proclamación de principios, «de esos que, según señalan los leguleyos, no son inmediatamente operativos en el orden jurídico y que necesitan concreción y desarrollo en normas, normas que nunca se aprobarán».

Hemos de tener presente que el proyecto que coordina Giscard d'Estaign se inspira, al igual que todas las constituciones liberales, en la tradición del contrato social, más preocupada en las libertades formales que en unas condiciones mínimamente dignas de vida que garanticen a todas las personas el disfrute de esas libertades. No basta, como hace el pensador liberal John Rawls en su libro 'Teoría de la Justicia', la defensa de la libertad junto a la confianza de que la justicia se dará por añadidura. Antes que una bonita declaración de intenciones, que quedará en papel mojado, se hace necesario garantizar unas mínimas condiciones materiales que permitan a los ciudadanos vivir con dignidad. Difícilmente pueden preocuparse por sus necesidades de autorrealización y desarrollo personal, por su derecho a la libertad de expresión, quienes no tienen satisfechas sus necesidades básicas. Y por duro que suene, en Europa cada vez son más quienes cubren con dificultad sus necesidades más elementales. En los países de la antigua órbita soviética, nuevos socios de la UE, son legión quienes viven con menos de tres euros al día, mientras que en la Europa de la zona euro aumenta lo que se ha dado en llamar «cuarto mundo», pobres y marginados en medio de una sociedad opulenta.

Junto con Martín Seco, somos muchos los que desde la aprobación del Tratado de Maastricht hemos venido denunciado la contradicción que el proyecto de UE, tal como se ha diseñado, lleva implícita. «Una unión mercantil, monetaria y financiera, sin integración social, laboral, fiscal, presupuestaria y, en definitiva, política, constituye una misión imposible que, antes o después, irá generando miles de dificultades y problemas de difícil o imposible solución». Para muestra valga el botón de las posturas adoptadas por los distintos países miembros de la UE en la guerra contra Irak.

Finalmente hemos de tener en cuenta la falacia que supone establecer una Constitución para la UE. Debemos preguntarnos, al igual que Martín Seco, qué documento puede salir de una asamblea de 105 miembros en la que deben aprobar todo por unanimidad. La respuesta parece clara: generalidades. Bonitas palabras y mejores intenciones que sólo servirán para acallar temporalmente las conciencias de mercaderes y burócratas.

PEDRO MIGUEL LÓPEZ PÉREZ es sociólogo