Miguel Ángel Loma
Creo que para su evasión aprovechó el hueco que le había dejado la migración de un ave nórdica. La mañana de su partida puso todo lo bien que pudo su planeta. Miró con cierto dolor el volcán del norte, siempre en erupción, y aleccionado por su padre, no quiso mirar los baobabs que le estaban creciendo en dos asteroides africanos, pero tomó esa dirección: había sido invitado por la Junta de gobierno del asteroide del Sur. Comenzó a visitarlo para buscar una ocupación y para instruirse, y posiblemente también para darse un baño de multitudes entre la parte más cálida de su pueblo, intentando recobrar algo del respeto que había perdido tras las frívolas murmuraciones de sus más fieles súbditos que le reprochaban un episodio amoroso que oficialmente nunca existió.