La Constitución de 1978 engendró un Estado asimétrico al que bautizó como Estado de las autonomías en la esperanza de relegar toda aspiración secesionista a cambio de una costosísima administración autonómica. Costosísima y desigual. El derecho foral ha sido la herramienta jurídica esgrimida por el nacionalismo vasco para amparar su condición de ciudadanos privilegiados, con un autogobierno superior al resto de los españoles en una sociedad a la que se la ha instruido en la equivalencia entre autonomía y bienestar.
Pero el estado desigual que ampara la Constitución del 78 no sólo es el origen de las prebendas económicas, prebendas que para una sociedad opulenta es lo de menos. La desigualdad sobre la que se ha reinventado la idea débil de España ha servido de coartada para el adoctrinamiento en el odio a generaciones de vascos que sólo conocen el arte de la dialéctica cuando es para enfrentar lo vasco a lo español. Una dialéctica con la que hablar, un esquema con el que pensar y una técnica con la que matar.