“PARECE QUE  VIENES DE ARAR”  Con esta frase, demasiadas veces escuchada, algunas personas residentes en las zonas urbanas se interpelan entre sí para reprocharse su falta de saber hacer las cosas, tosquedad o cortedad de entendederas. Pareciera que los españoles residentes en las ciudades atribuyan esas carencias a nuestros compatriotas que viven y trabajan en las zonas rurales, a los que consideran brutos o menos diestros que ellos.

Pero la realidad es otra. España fue un país eminentemente rural hasta la etapa conocida como el desarrollismo, que comienza a finales de la década de los años 50 del siglo pasado y que cambió la correlación de fuerzas en la economía de nuestra Patria, pasando de la preponderancia del sector agrario al industrial. Con ello comenzó a mutar también la mentalidad, las costumbres y hasta los lugares de residencia de los españoles, con un éxodo sin precedentes desde las áreas rurales hacia los entornos urbanos en busca de trabajos mejor remunerados.

Desde entonces, la relación campo-ciudad en España no ha tenido la armonización suficiente, que propiciase la interacción y complementariedad que necesitamos para construir un país equilibrado y con una economía resistente a los embates de la cada vez más volátil situación internacional. Así que ya es hora de que nos sacudamos ese complejo de nuevos ricos y valoremos el trabajo de nuestros compatriotas del Sector primario, porque constituye un elemento estratégico para la estabilidad de España.

Al igual que en las ciudades, entre los que labran, pescan, cazan o cuidan del ganado, hay de todo. Están los que han estudiado en la universidad y los que lo han hecho en los centros de formación profesional. Los que lo hacen por seguir la tradición familiar o porque lo han elegido como opción de vida. Los que trabajan solos y los que han construido estructuras empresariales pequeñas, medianas y grandes, muchas veces amparados bajo fórmulas de economía social, como las cooperativas agrarias, que han trascendido nuestras fronteras y ganan cada vez más peso dentro del sector exportador español.

Por eso, los falangistas siempre hemos tenido claro que a la ruralidad no sólo hay que respetarla, sino que también hay que entenderla y, sobre todo, posibilitar desde los poderes públicos su supervivencia. Bien está que podamos disfrutar de la enorme riqueza paisajística, enológica, gastronómica, turística y festiva que la inmensidad del mundo rural de nuestro país nos ofrece para cuando los que viven en las ciudades quieran desconectarse de su habitualidad. Pero, además de eso, la puesta en valor de los Alimentos de España, de su calidad, variedad y seguridad, ha de ser una batalla permanente que ha de movilizar las sinergias de todos los estamentos implicados de nuestro país, con el objetivo común de posibilitar la supervivencia, el progreso y la estabilidad de un Sector al que siempre consideraremos como estratégico, porque la soberanía alimentaria es para nosotros una pieza clave de la Soberanía nacional, que no es un concepto retórico sino una pieza clave para que España sea libre y los españoles vivamos en ella cada vez más seguros. Y así, en vez de seguir escuchando hablar de la España vaciada o de la silenciada, nosotros propiciaremos que, de una vez por todas, a la España rural se la considere como la España valorada.

Antonio Pérez Bencomo
Secretario General de Falange Auténtica


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