Entre cuantas paradojas adornan al gobierno de Pedro Sánchez la gestión de la economía es de las menos advertidas. A principios de este mismo mes las previsiones de crecimiento económico de España han sido revisadas al alza tanto por el FMI como por la OCDE y la Comisión Europea. El buen hacer del Ministro de Economía, Carlos Cuerpo, permite anticipar que nuestro país triplicará los resultados esperados en toda la eurozona.

Estos datos, incontestables, han sumido al PP en una profunda depresión que le impide hacer preguntas en el Congreso sobre el curso de la economía. Es comprensible. Si nunca es buena estrategia conceder al adversario la oportunidad de exhibir sus logros es peor aún cuando vas perdiendo en casa y en esta materia precisa. Es decir, cuando te están ganando por goleada en tu propio terreno neoliberal.

Aunque, en su ingenuidad, uno esperaba de estos socialistas que hicieran cosas de socialistas. No de liberales, que para eso ya están la-derecha-y-la-extrema-derecha del mantra presidencial. Pero no. La paradoja reside en que, hoy, nuestros socialistas hacen mejor economía liberal que los liberales legítimos; en que, hoy, el Socialismo Obrero Español es campeón de Europa en liberalismo. Como en su día Camilo Cienfuegos a Fidel, los guardianes de la ortodoxia económica liberal han hablado: “Pedro, vas bien”.

Vivir para ver. A diferencia del alborozo liberal, a un partido socialista sólo le cabría sentir una moderada satisfacción ante el dato del FMI que eleva al 2,4% el crecimiento del PIB español este año. Porque el PIB es una magnitud que nada nos dice sobre el reparto de la riqueza ni sobre la igualdad o la equidad en el reparto de las rentas. Y tales eran los valores que aprendimos a vincular con el socialismo en la escuela.   

En realidad, el buen comportamiento del PIB esconde una estafa piramidal, sólo que invertida. Según los organismos de valoración su incremento ha sido propiciado por el consumo familiar. Es decir, que el incremento del PIB responde a un trasvase de la riqueza individual o familiar a la riqueza de las empresas. Nada que objetar, bienes y servicios cuestan dinero. Sin embargo, no debe entenderse por ello que las familias españolas se hayan lanzado a una loca carrera de consumo y desenfreno, no. Ni que cubran dignamente sus necesidades más elementales, tampoco. Lo ocurrido es que los precios, que ya estaban por las nubes, son cada vez más altos. Y no van a parar: el Banco de España prevé que el precio de los alimentos suba un 4,5% de media este año. Y España compite desde hace años con Alemania e Italia para ver quién pone los precios más altos a la energía tanto para los hogares como para la industria. Si al tentarse el bolsillo alguien se preguntaba cómo a mayor incremento del PIB menor disponibilidad de calderilla, ahí tiene su respuesta. A país cada vez más rico, gente cada vez más pobre. Porque el país son las empresas y no los ciudadanos.    

El dato que verdaderamente interesaría a un socialista pata negra sería el PIB per cápita, la porción del PIB que corresponde a cada ciudadano. Sólo de allí se obtiene una instantánea fiable del nivel de igualdad económica de una sociedad. Claro que entonces las cosas ya no pintarían tan bien. En los últimos 17 años, nuestro PIB per cápita sólo se ha incrementado en un 3.4%, situándonos a una distancia negativa de 5.5 puntos respecto a la eurozona. En ese mismo periodo Portugal, que nadie toma ya a broma, alcanzó el 14.4% batiendo nuestra marca en un apabullante 424%. En conclusión, que nuestro país aumente su PIB en modo alguno significa que los ciudadanos seamos sensiblemente menos pobres. De hecho, aquí, el 20% más rico de la población respecto al 20% más pobre tiene unos ingresos superiores de 5.5 puntos. Curiosa coincidencia. Parece que del incremento del PIB que tanto complace al Gobierno socialista sólo se van a beneficiar los de siempre. Liberalismo puro.

 

 

No hay que esperar que el sanchismo deje de reivindicar la igualdad y la justicia social cada vez que se le brinde ocasión. Y, como obras son amores, acaba de quitarle el IVA al aceite de oliva. Nada menos, qué machada. Pero, una vez más, de boquilla se jugó y se ganó diez mil más. Por eso sigue resultando difícil de entender, y aun más de explicar, cómo el acusado retroceso de los derechos sociales –léase, por ejemplo, el cruel sarcasmo de los fijos discontinuos- y la merma incontenible de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos no logre hacer mella en los 7 millones de votantes “manque pierda” del Partido Socialista. Una cumbre del estoicismo electoral.

Cabe recordar que comunistas y anarquistas mantuvieron siempre sus sospechas hacia el socialismo democrático viendo en él un recurso del capital para desactivar la lucha obrera y hacerla fracasar. El astuto lobo liberal disfrazado con la piel del cordero proletario. Una filfa que, pese a ser desvelada, se sigue representando. Esa pasión socialista en sus  puestas en escena y treatrillos a golpes de puño en alto, Internacional y “no pasarán” mientras se entregan a su inequívoca vocación neoliberal. Esa unanimidad militante en postergar los elevados ideales de igualdad y justicia social hasta después frenar las largas columnas de tanques de acero con las que el fascismo y la extrema derecha intentan cercarnos en un remedo paranoico del frente de Madrid. (Incapaces de ganar el futuro tal vez se vean capaces de ganar, en retrospectiva, aquella guerra que perdieron.) Y, en fin, esa instrumentalización grosera de quienes sacrificaron sus vidas contra todo lo que ellos, hoy, vienen a representar sólo para robarles lemas, himnos y banderas que les sirva de atrezo y de rojísima coartada mitinera.

Al final, atravesando la inmensa explanada de la plaza roja tomada por miles de milicianos en mono y alpargata, armados y prestos para el combate, la elegante comitiva del FMI logra llegar hasta el gran líder obrero para darle su palmadita en la espalda con confianzudo compadreo: “Pedro, vas bien”.

Puro circo socialista, cuajado de payasos pero cada vez con menos pan.

Juan Ramón Sánchez Carballido