Ahora todos tratan de aparecer como fieles seguidores de la obra poética de Antonio Machado, el “poeta de la ceniza” como decía de él García Lorca, por la enorme cantidad de cigarrillos que consumía. El poeta que avisaba de su muerte en aquellos versos inolvidables que reflejan exactamente su sentimiento ante la vida y la muerte, en la situación por la que atravesaba su España. Una patria que él quería dialogante, libre y avanzada, de la que le costaría salir ante el triunfo irreversible de quienes lo consideraban, en aquellos años, un referente contrario y enemigo, y cruzar la frontera hasta Colliure, Francia, para terminar allí sus días pobre, enfermo y exiliado.

Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en finos chopos
de la carretera y del río
El Duero corre terso y mudo
mansamente.
El campo parece más joven,
casi adolescente.

Sin embargo, desde mucho tiempo atrás, el autor de Campos de Castilla,  el creador de una poesía universal y magistral, era disciplina obligada para todos los que, de buena fe, aspiraban a entender el verso y la vida como un don supremo que sólo se alcanzaba desde una mano y una mente abiertas que luego pudiera transformarse en ese poemario absoluto, que cualquier poeta o amante de la poesía lleva siempre consigo en un ligero equipaje, tal como él señaló premonitoriamente.

Antonio Machado, que nunca quiso las dos Españas, marchó triste caminando por tierras abruptas, casi descalzo, abandonado por quienes se llamaban suyos, y que hoy lo reivindican como si fuera el icono de una ideología, quizá confundiendo su afán de una patria justa con un compromiso partidista. No fue así nunca Machado, el republicano, aunque hoy sea recuerdo de unos y otros.   Después de todo, quien escribe versos como estos:

Los caminos blancos
se cruzan y se alejan
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra,
caminos de los campos
¡Ay! ya no puedo caminar con ella
.

Merece no sólo el respeto y la consideración a un poeta excepcional, sino el reconocimiento a un hombre que desde su poesía, pedía con urgencia la verdad, la emoción y la sensibilidad para toda la humanidad, como señal indudable de su categoría social y colectiva. Antonio Machado fue siempre mucho más que una bandera política por más que se empeñen los palmeros que olvidan su generosidad y su poesía. 

Eduardo López Pascual


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