Resulta impactante que ante la crisis que está sufriendo España, sean tan pocos los que se atrevan a sugerir, aunque sea tímidamente, que el motivo principal de esta recesión habría que buscarlo en la propia naturaleza del sistema capitalista.

El planteamiento moral del capitalismo, su combustible y su única energía es el desmedido ánimo de lucro y la consideración de la acumulación de capital en manos de pocos, como un medio lícito de enriquecimiento individual, incluso aunque este sea insolidario.


La justicia social, el progreso económico de las naciones, las necesidades de miles y millones de seres humanos, son sólo contempladas en aquellas ocasiones en que su vigilancia pueda reportar aún mayores rendimientos a los poseedores del capital. Esto que decimos es del todo innegable. Ningún economista que estuviera en uso de todas sus facultades se atrevería a negar esto. La esencia del liberalismo está precisamente en lo que anteriormente se ha dicho: en su insensibilidad. Si no, no funcionaría.

Los políticos de esa tendencia, la liberal, podrán argumentar que esa ley de la selva y ese privilegio del más fuerte pueden ser el germen del crecimiento económico y desarrollo de las naciones. En determinados periodos históricos, eso ha sido lo que ha parecido ocurrir. En determinadas circunstancias, el capitalismo ha sido capaz de dinamizar la economía y empujar las naciones a determinados niveles de desarrollo que otros sistemas no han conseguido, a pesar de estar, aparentemente, más preocupados por los trabajadores o en general por los que no poseen suficiente capital para vivir de su simple posesión. El problema es que la aparente bonanza está basada en el interés de unas minorías que ajenas a cualquier compromiso con el resto de las personas o siquiera con sus respectivos países, no dudarán en ralentizar a incluso parar el sistema económico cuando crean poder estar poniendo en riesgo sus fortunas personales.

La inestabilidad del sistema es una de sus características consustanciales. Forma parte de su naturaleza y antes o después llega el valle en este gráfico de dientes de sierra que son los ciclos económicos. Este valle de ahora más parece una fosa abisal, sin aparente salida que no pase por la depuración y el saneamiento de una economía en la que demasiados se han enriquecido por nada y demasiados han vivido en burbujas de comodidad y consumismo que no cabía justificar sino en el ansia desmedida de algunos por enriquecerse rápidamente. Algo que hicieron a costa del endeudamiento excesivo de las familias y la inexistencia de un verdadero tejido económico debajo de las operaciones especulativas, sustentadas en ficciones económicas que ahora se revelan como lo que son: buñuelos de viento.

Esta crisis, Solbes lo sabe, Rajoy lo sabe y como habitualmente, Zapatero ni lo sabe ni le interesa, no tiene solución dentro del sistema socialdemócrata que rige nuestro país. Sin una firme intervención es imposible hacer nada realmente productivo, puesto que el problema más importante proviene, una vez más, del sistema bancario. Es este el que ha cerrado el grifo a la financiación y ha abandonado en la estacada a empresas y particulares. A las buenas y a las malas, que de todo hay y a los que se les fue la mano consumiendo y a los que sólo intentaban mantener un nivel de vida digno, que también en esto, de todo hay.

La elección capitalista es la elección de los dos principales partidos de nuestro país y eso es algo que debemos tener en cuenta a la hora de reclamar resultados, que ya vaticinamos que serán, escasos, tardíos, y en todo caso, acordes a lo que marcan las leyes del mercado: el que mucho tiene que obtenga más y el que se encuentra al borde de la miseria que dé de una vez el paso hacia su malhadada suerte. Y la inmensa mayoría, la clase media, sufrida y adormecida, a seguir apretándose el cinturón. Y a seguir votando a los que nos han metido en la crisis y ni siquiera se atreven a decirnos que sólo cabe esperar los buenos tiempos, porque el capitalismo es así: miserable, inestable, injusto, apátrida y partidario de la selección natural que propicia la ley del más fuerte.