Nueve meses de gestación parece que han sido necesarios para que la tregua de ETA produjese su resultado de violencia y coacción. Como un mal embarazo, preñado de intenciones políticas de una banda asesina, anclada en el más turbio totalitarismo marxista y trufado del más irracional nacionalismo excluyente, que cree que los objetivos políticos se consiguen matando personas y sembrando la violencia.

No es nada que no pudiera haberse intuido. La experiencia -que sólo parecía haber olvidado el Gobierno, quien más presente debió tenerla- apuntaba a que éste era el fin más probable del proceso de paz, o de negociación o como quiera llamársele a esta pantomima que hemos sufrido, con la vergüenza de ver a nuestro Gobierno dando visos de ir a plegarse a las pretensiones del separatismo, por efecto de haberse vertido la sangre de tantos asesinados y la chulería de los que sólo esgrimen, a falta de razones, muertos y destrozos.

No necesitábamos ser adivinos para sospechar que esto ocurriría y así lo afirmamos, junto a la mayoría de nuestro pueblo. Por eso Falange Auténtica puso en marcha una campaña contra la cesión del gobierno ante los terroristas y por eso estuvimos al lado de las víctimas en cuantas ocasiones salieron a la calle a denunciar la negociación.

Ahora toca recapitular. Ahora toca reconocer el fracaso por parte del Gobierno y volver al Pacto Antiterrorista que nunca debió abandonar. Antes de hablar de nada, todos deben cumplir con las reglas del juego. La democracia, del tipo que sea, no puede consentir, nunca, que la violencia resulte una coacción de la que se puedan obtener réditos políticos. Y quienes han tenido la oportunidad de condenar la violencia y dar un paso sincero hacia la defensa legal y democrática de sus ideas, han renunciado a dar ese paso y, desde una postura victimista de falsos oprimidos, han optado por los atentados y la coacción, en lugar de intentar ganar voluntades hablando en voz alta y clara.

 

Si enmienda su rumbo el Gobierno, es el momento de estar ahí, dando apoyo y solidez a la única posición digna que cabe en este asunto: negarse totalmente a negociar con asesinos otra cosa que no sea el lugar y la fecha de su rendición definitiva. No debe haber lugar ahora para intereses partidistas o búsqueda de rentabilidades electorales, tome buena nota de ello también la oposición, puesto que lo que aquí se debate no es, ni más ni menos, que si en el futuro España podrá alzar la cabeza digna, asegurando que su libertad no está en juego por la existencia de una partida de asesinos desalmados.