Actualidad

Conoce la actualidad de Falange Auténtica

Además de los resultados de las recientes elecciones, merece nuestra atención el pacto exprés entre PSOE y Podemos para intentar conformar Gobierno. Si tan fácil les ha sido ponerse de acuerdo ahora, ¿por qué no lo hicieron hace seis meses, cuando también les daban los números y así le hubiesen ahorrado al país el parón en el gobierno y el gasto inútil de una nueva convocatoria electoral?

Si nuestra capacidad de sorpresa ante los desmanes de los políticos que mal gobiernan nuestro país no tuviera límites, no saldríamos de nuestro asombro al comprobar la brevedad en llegar a un acuerdo entre dos fuerzas y dos líderes que hasta hace unos días se estaban tirando los trastos a la cabeza, lo cual deja aún más en entredicho la ya mermada credibilidad de ambos, especialmente del Presidente en funciones Pedro Sánchez, cuya habilidad para aferrarse al Poder, a costa de lo que sea, incluso poniendo en peligro la unidad de España y la soberanía nacional, es titánica.

A nosotros no nos asusta un gobierno de izquierdas que respetase la pluralidad que hay en la sociedad española, que implementase políticas sociales para conseguir un país más justo, que garantizase el derecho de los ciudadanos a una educación pública, gratuita y de calidad, que promoviese una política inteligente de vivienda para que ninguna familia española careciese de una, que estableciese un marco laboral justo o que crease una banca pública sobre la base de las entidades que fueron rescatadas por el esfuerzo fiscal de los contribuyentes españoles, con el fin de socializar el crédito y con una gestión estricta, transparente y profesional.

A los falangistas no nos asustan esas políticas, etiquetadas como de izquierdas, que hemos reclamado siempre. Pero no creemos que el tándem Sánchez-Iglesias esté por esa labor porque ya los conocemos de sobra y sabemos que, con el reclamo de ese tipo de acciones atractivas ya demandadas por los españoles, pactarán con los separatistas, cuyo apoyo no será gratis, para llegar a La Moncloa, aplicarán políticas de exclusión sobre aquellos sectores políticos y sociales, que no están con ellos, enchufarán a todos los enchufables sin tener en cuenta sus capacidades personales sino su adhesión ideológica y personal, y usarán la caja común para financiar estrategias demagógicas que les perpetúen en el poder, no dudando en sablear a los contribuyentes españoles para mantenerla llena.

No queremos ser agoreros pero  los conocemos, vaya si los conocemos.

 

Ejecutiva Nacional de Falange Auténtica

Por Juan Francisco González Tejada.

No debemos criminalizar a las víctimas.
Ni que paguen justos por pecadores.

Como todo en España, se tienden a polarizar los debates, sin una serena reflexión.

De vez en cuando he expuesto varios temas en lo que pasa esto, como el de los libros de texto, o la sanidad pública o no, en los que esa bipolarización es evidente. Hoy traigo el asunto de los MENA, Menores Extranjeros no Acompañados.

El debate ha saltado ahora en campaña para intentar erosionar a Vox, por la brutal e inaceptable agresión de dos jóvenes a una persona de este colectivo de Menas, y digo persona porque es importante no olvidar que son ante todo personas, las que delinquen, y las que sufren la violencia de unos o de otros.

Después de la agresión de este chico se monta la habitual campaña mediática, con todos sus aditivos de acusaciones y criminalización de una fuerza política: “racistas”, “xenófobos”, etc.

Quienes hacen eso, olvidan a las víctimas. Olvidan a las Personas que sufren acciones violentas y delictivas de estas otras Personas que pertenecen al colectivo de MENAS.

Producto de este conflicto de noticia y falta de sereno debate, se pierden hechos y realidades muy importantes. No todos los MENAS son delincuentes, ni todos llegan a España por el mismo motivo.

Cuando se trata de responsabilizar a quienes denuncian a las Personas de este colectivo -que violan, agreden y roban en los barrios de grandes ciudades- por la agresión brutal e inaceptable a un Mena en Zaragoza,  y no se entra a analizar cuáles son los antecedentes en esa ciudad protagonizados por estos chicos, es que tienen por fin otra cosa distinta que el abordar la solución del problema.

Y es que cuando se suceden hechos delictivos protagonizados por menores, nadie hace nada. Es decir, no se les encierra y se les separa de los demás MENAS, ni del resto de la sociedad que sufre sus acciones delictivas. Cuando esto se produce y en los barrios se comienza a conocer quién agrede, y roba, quiénes han sido las víctimas de esas acciones, y se observa la falta de justicia, y a los dos días vuelven a estar en la calle. Y se hacen manifestaciones y denuncias públicas y todo sigue igual, es fácil predecir lo que va a pasar que no es deseable, ni aceptable que pase. Y más inaceptable es que los responsables políticos no use los resortes del Estado de Derecho para evitar la Venganza Privada.

Quiénes hacen dejación de funciones y dejan abandonados a los honrados ciudadanos, expuestos de forma permanente a las acciones de estos delincuentes son los responsables de las reacciones contra estos colectivos y además son responsables de que sea todo el colectivo de MENAS, el que quede señalado y estigmatizado. Y no, no todos esos chicos son delincuentes, pero si no se separa a unos de otros, las condiciones y la capacidad de integración y desarrollo personal quedarán muy disminuidas.

No, no. Estar contra los delincuentes, no es estar contra los Menas, y no vale la burda manipulación de exponer “Menas no delincuentes”, o “ex menas con vidas normalizadas” e incluso ejemplares, para tratar de tapar la existencia de MENAS delincuentes, cuya realidad  sufren muchas personas. Ni tampoco vale la burda manipulación de asignar a un colectivo lo que hacen unos cuantos, incluso aunque fueran la mayoría.

Yo lo tengo claro, los buenos que requieren nuestra defensa y la defensa del Estado de Derecho son los Menas que no delinquen, y las victimas que sufren las agresiones de los delincuentes.

Existe un efecto colateral inesperado en la monumental ilusión que la llegada de VOX ha despertado en el sector más conservador de la derecha española. Se trata del desenmascaramiento de un cierto número de votantes que, a falta de un referente claro en un Partido Popular proclive a los pactos con los nacionalistas, presentaba como marca distintiva y valor crítico su condición “joseantoniana”. Votantes de VOX, queremos decir, porque si hay una primera característica de la mentalidad “joseantoniana” es su aversión a las papeletas falangistas. De hecho, la prescripción de abominar de todo lo falangista –y, muy especialmente, de las organizaciones falangistas- parece la condición sine qua non para poder ingresar en un club tan elitista. El “joseantoniano” viene a ser, en consecuencia, un admirador de la figura (quizás literalmente) de José Antonio Primo de Rivera que no comparte la integridad de su pensamiento contentándose con aquellas partes –apenas unas frases manidas- que no contradigan en lo esencial la íntima ideología derechista del tal “joseantoniano”. Algo muy similar, dicho sea de paso, a lo que acontece con el catolicismo en la actualidad. Y, así como se encuentran médicos católicos inconsecuentes practicando abortos, asistimos a la presencia de “joseantonianos” en la misma derecha que José Antonio tanto despreciara y atacara.   

Nada más patético bajo el sol que la ideología o la mentalidad “joseantoniana”. Nada más bajo en este mundo que arrebatarle a un hombre bueno el sentido último y profundo de su muerte, sacrificio mayor e irreversible. Con excesiva frivolidad olvidan los “joseantonianos” de toda la vida cómo José Antonio entregó la propia en defensa de sus postulados, no siendo su idea menos pujante el rechazo de la ideología derechista en lo económico -el capitalismo o liberalismo económico- y en lo político –el patrioterismo de zarzuela que invoca el nombre de una España desnuda del menor atisbo de justicia social-. En efecto, tales fueron los principios y no otros los que condujeron a José Antonio a su martirio y asesinato como castigo a su manera de pensar. Una muerte atroz cuyo sentido y legado los “joseantonianos” pretenden esterilizar, aislándola químicamente de su vis falangista y nacionalsindicalista.

Un José Antonio no falangista, no nacionalsindicalista, no “proletario”, no autogestionario, no revolucionario, no influenciado por el marxismo, no crítico con la ideología nacionalista (española), no enemigo de cuanto hieda a liberal… tal es el José Antonio “joseantoniano”, la máxima impostura azul de nuestro tiempo. 

La motivación psicológica para semejante atentado contra la integridad de José Antonio se nos escapa completamente. Puede achacarse, naturalmente, a veces a la incultura como a la mala fe. Pero también denota la sombra de una cierta nostalgia sentimental como la que padece quien arde por un nuevo amor pero orbita irremediablemente el recuerdo del último que fue y ya no está. Con qué satisfacción el falangista auténtico cortaría las ataduras de estos pobres espíritus enamorados de VOX para que abrazasen, sin cargos de conciencia, al nuevo galán de la derechona más rancia. Porque el José Antonio que creen admirar nunca, jamás, encarnó al Santiago Abascal de su época. Fue, muy al contrario, el peligroso oponente que se les interpuso. El hombre que, nacido en el seno de la sociedad más rancia y conservadora, optó por la intemperie.

Maura, Cánovas, Gil Robles, Franco, Fraga, Aznar… a los “joseantonianos” no les faltan sus auténticos referentes históricos con los que sentirse claramente cómodos e identificados. Pero ¿José Antonio Primo de Rivera? No hay más José Antonio que quien vislumbró una España unida y próspera en los términos del nacionalsindicalismo y de la Falange, la gran obra de su vida y los únicos depositarios de su legado.

Juan Ramón Sánchez Carballido

“No ofende quien quiere, ofende quien puede”. El clásico adagio castellano resulta aún más elocuente si se aplica a un dirigente comunista como aparenta ser Alberto Garzón. Porque tal vez no exista mayor honor en este mundo que luchar contra la ideología más homicida y sanguinaria de la historia. Tal es, rigurosamente, la categoría que corresponde a la ideología de Garzón con sus más de cien millones de muertos a la espalda. Una cifra de víctimas a la que, por cierto, ni de lejos se aproximan todas las atrocidades sumadas de todos los fascismos del mundo juntos. Ninguna bandera iguala en lo criminal a la que enarbola el descolorido telonero de Pablo Iglesias.

Quienes conocen la historia y los hechos, dudan de la calidad democrática de un sistema donde tipos de esta catadura ideológica puedan expedir certificados de legitimidad y pedigrí democrático. Acreditaciones que ni José Antonio ni ninguno de sus camaradas necesitamos ni aceptamos. 

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