Por Cobalto

El frágil rompecabezas de la República de Bolivia está a punto de saltar, incapaz de superar el anquilosado edificio institucional y la pobreza que en ese país es endémica. Con poco más de 8 millones de habitantes, de los que el 60% sobreviven en la pobreza (ésta llega hasta el 80% en las zonas rurales del Altiplano), con una tasa escandalosa de analfabetismo y mortalidad infantil, Bolivia es la nación más pobre de Sudamérica. Su población es mayoritariamente indígena, siendo predominantes los aymarás, quechuas y guaranís, que conviven desigualmente en cuanto a detentar el poder económico, con mestizos y blancos.

Por desgracia, la situación de Bolivia refleja un estado de cosas que se repite en otras naciones de Iberoamérica. Al tradicional atraso y exclusión de más de las tres cuartas partes de la población, desde el momento casi del nacimiento de la República, se ha añadido la puesta en práctica reciente de políticas neoliberales que, si bien han mejorado las cifras macroeconómicas, también contribuyeron a aumenter la exclusión social y la zanja entre la mayoría pobre y las minorías ricas, craendo una enorme frustración social que ha dado lugar a esta situación explosiva.

Pero el problema de Bolivia va más allá: tiene un problema de deficiencia institucional que ha llevado al Estado al borde del colapso, ya que el andamiaje político se muestra incapaz de resolver la grave crisis socioeconómica que esa nación padece. Por ello, junto a reivindicaciones de tipo económico que permitan el control estatal de los recursos naturales (el subsuelo boliviano es de los más ricos de América en hidrocarburos), como paso previo a una distribución equitativa de la riqueza que garantice la Justicia Social, las reivindicaciones populares se encaminan hacia una reforma constitucional que, a través de una Asamblea Constituyente, refunde la República e integre, junto a los descedendientes de los españoles y los mestizos, a las naciones indígenas, propiciando que éstas alcancen la justicia y dignidad que como personas merecen.

Desde Falange Auténtica no cejaremos en reivindicar que las políticas sociales, la justicia en las relaciones laborales, la lucha contra la corrupción, y una mayor y mejor democracia son las vías seguras y los modelos universales para alcanzar la paz y la estabiliad de las naciones que, como Bolivia, también han de huír de fórmulas totalitarias y antidemocráticas cuyo fracaso, al igual que el liberalismo extremo, también se ha puesto de manifiesto en nuestra historia política reciente.


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